Numinor: El fantasma del hospedaje de la esquina de Lerdo y Zacatecas

Ángel Agustín Almanza Aguilar

08 / Septiembre / 2016

Todavía allá por 1968, cuando se abrían las puertas, por primera vez, de la Preparatoria (UAN), se podía ver a un simpático hombre, regordete y bonachón, que tenía un puestecito en la esquina de las calles Lerdo y Zacatecas, precisamente frente al negocio familiar de Foto-Studio Almanza (Me Encanta Retratar Niños), hoy en día administrado por mi hermano José Luis. Bien; nuestro personaje vendía ostiones, de los de placer y de aquellos llamados de piedra. Mi padre, el Matador, lo bautizó con el apodo de Don Mamerto –ignoro el por qué-, siendo su nombre real Manuel, del que nunca supe sus apellidos ni de dónde era originario. Con los días lo dejé de ver (era este servidor un adolescente), y, también, nada en mi memoria sobre su destino final, hasta hace poco, y ello durante una cordial y cafetera mañana, casi ya cotidiana, en casa de un viejo amigo de mi progenitor, por lo cierto de origen libanés. Pues bien, este hombre, de anecdótica memoria, don que sólo la edad y experiencia otorga, tocó el tema con la imagen fundamental del citado hospedaje, hoy en ruinas.

-El encargado de dicho lugar comenzó exponiendo, al par que encendía su clásico cigarrillo Pall Mall y daba un sorbo fino a su café- era Don Manuel. La propietaria era una mujer, la cual después vivió acompañada de una hermana, viuda de un ricachón español. Bien; en cierta ocasión se presentó una mujer queriendo hospedarse, la cual dijo no conocer a nadie en Tepic y ser originaria de San Luis Río Colorado.

Continuemos:

Pues resulta que la susodicha señora se presentó cierto día con Don Mamerto, para narrarle nerviosamente lo que le había acontecido la noche anterior.

-Ya habían sido varias noches en que la inquilina escuchaba voces, como de caminar de gente en las afueras de su habitación, pero nada de voces -proseguía narrando nuestro personaje, ahora con delicioso desayuno preparado cariñosamente por su siempre atenta esposa-. Don Manuel le hizo ver que sólo ella era la única huésped, información que aumentó aún más su preocupación y su miedo, y decidió irse de ese lugar, no sin antes divulgar su extraordinaria vivencia: que una persona, del sexo masculino, flaco, con sombrero de pico, se apareció en su habitación, y su apariencia no pertenecía a la de este mundo. Calmando sus nervios, ella le preguntó que qué quería, para dejar de molestarla. El espectro le dijo que necesitaba se le mandaran celebrar misas tridentinas.

En este punto de la plática le contestó que sí –pensando que luego buscaría información personal-. Porque ante su mirada fija en mí, a través de sus gafas que ya buscaban la graduación 400, y creyendo que debía ser católico a fortior; le pedí que retomara el hilo de Ariadna.

-Bien; pues ese fantasmagórico ser no era otro que el Tigre de Álica, Manuel Lozada -otro sorbo, otra fumada-. Pedía eso a cambio de revelar un tesoro oculto, enterrado en el hospedaje (moneas de oro y vestimentas clericales, con cálices del preciado metal y otras cosillas). Ante esto y una vez comentando conmigo el caso, Don Manuel me propuso la aventura de excavar Y quedamos en una fecha, un dos de diciembre, pero un día antes falleció Don Manuel. Le que queda es historia.

De la alemana ya no se supo nada y el edificio ahora está a punto de derrumbarse definitivamente, en esta temporada de fuertes lluvias.

Total: es la fantástica leyenda del hospedaje de la Lerdo y Zacatecas, donde había muchas putas.