Numinor: El Mundo, la Carne y el Demonio

Ángel Agustín Almanza Aguilar

28 / Septiembre / 2016

Me encuentro leyendo el interesante libro de Aldox Huxley ‘Los Demonios de Loudon’ (biblioteca universal Planeta, España, 1972) y me había detenido en su definición de ‘Mundo’: Es la experiencia del hombre tal como se le aparece y es moldeado por su ego. Es esa existencia menos fecunda que se vive de acuerdo con los dictados del Yo encerrado en sí mismo. Es naturaleza desnaturalizada por los espectáculos de espejismo de nuestros apetitos y de nuestras revulsiones. Es lo infinito divorciado de los Eterno. Es la multiplicidad que rechaza su fundamento no dual. Es el tiempo que se aprehende como sucesión de cosas condenadas a sucederse. Es un sistema de categorías verbales que ocupan el lugar de las cosas particulares, insondablemente misteriosas y bellas y constitutivas de la realidad. Es una noción denominada Dios. Es el universo identificado con palabras de nuestro vocabulario positivista. Frente a ‘este mundo’ se halla el ‘otro mundo’, el reino de la Divinidad

Me dije, a ver: ‘lo infinito divorciado de lo Eterno’ ‘multiplicidad que rechaza su fundamento no dual’ ‘una noción denominada Dios’ Luego subraya que existen dos mundos, éste y el de la divinidad, esa ‘noción’ citaba. En ‘en este mundo’ reina la multiplicidad y los espejismos, dualidades por doquier, ya que el ‘fundamento’ debe ser la Unidad Divina, que se encuentra en el ‘otro mundo’ Pero, ¿por qué Huxley escribe, asegurando que el mundo es una noción denominada ‘Dios’?

El ‘mundo’, aparte de ser nuestro planeta ‘Tierra’, es todo lo relativo a lo existente, concretamente a lo material, a lo físico, a lo carnal. Se dice que ‘tener mucho mundo’ es tener mucha experiencia, que ‘ser de mundo’ es el alternar con la alta sociedad; que ‘andar diferente a lo normal (¿lo ‘normal’ sería vivir conforme a los deseos de la carne, de la ambición de poder y riquezas?), El mundo, pues

La teología nos dice qué es y cómo combatirlo, aunque advierte que es difícil el definirlo. El ‘reverendo padre’ Antonio Royo Marín, ‘doctor en teología y profesor de la Pontificia Facultad del Convento de San Esteban’, España (Ed. Bac, 1962), nos dice que es el ambiente anticristiano que se respira entre las gentes que viven completamente olvidadas de Dios y entregadas por completo a las cosas de la tierra. Tales ‘cosas de la tierra’ serían la exaltación de las riquezas, los placeres, la violencia, el fraude y los engaños puestos al servicio del propio egoísmo, el entregarse a toda clase de excesos y pecados. Toda una subversión de la realidad de las cosas. Y es lo que impera: El mundo todo está bajo el maligno (I Juan, V, 19). Bien, entonces, ¿cómo huir de ese sistema de cosas? Y es que no tenemos vocación de monjes.

Entonces, se nos recomienda avivar la Fé en Jesucristo, en Dios, según vemos en I Juan, V, 4. El mundo opera con falsas realidades, es un entorno de apariencias, de vanidades y soberbias, de oquedades mortales; es un vaso lleno de veneno. Para combatir las mundanidades es sumamente necesario tener en cuenta, en conciencia, que el cuerpo humano es un templo de un divino espíritu y que somos seres en vías de transformación hacia una existencia divina e inmortal. Esto es algo que muchos saben, pero se muestran muy cobardes para manifestarlo públicamente: se avergüenzan de la doctrina de Jesucristo.

Casi todos los textos iniciáticos antiguos nos hablan del ‘combate de las dos naturalezas’, del Ángel contra la bestia, del dragón contra el caballero, del monstruo contra lo humano, de Perseo y la Gorgona, de Belerofonte y la Quimera, etc., etc. Y se subraya lo de la tentación de Jesús y el demonio, en la soledad del desierto, y ‘en una montaña’

El mundo, la carne y el demonio, he aquí, pues a los enemigos de nuestra alma. Para los teólogos no hay duda de que los demonios –con sus obsesiones, posesiones y obsesiones- existen, aunque éstos hayan hecho creer que no (diría Papini). Caer en sus tentaciones de perder la oportunidad de entrar en un nivel superior de existencia.

Pero ya hablaremos más de ello. Por lo cierto, ¿qué sucedió en aquel convento de Loudon?...