Numinor: Sor Juana Inés de la Cruz, admirable ‘Décima Musa’

Ángel Agustín Almanza Aguilar

16 / Enero / 2017

Sor Juana Inés de la Cruz, la llamada ‘Décima Musa’, es una figura femenina con personalidad muy original e interesante en nuestra América. Nació un 12 de noviembre del año 1651, en la alquería de San Miguel de Nepantla, situada en la falda donde se asientan los grandes volcanes del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, cera de la capital mexicana. Segunda hija del marino Pedro Manuel de Asbaje y Cargas Machuca, quien había llegado, un año antes, de Vergara (Guipúzcoa), y contrajo matrimonio con Isabel Ramírez de Cantillana, joven criolla azteca. Juana de Asbaje fue una verdadera niña prodigio, siempre mostrando una enorme sed de saber, y ser nos dice que a los tres años aprendió a leer y escribir, aprendizaje que había efectuado a escondidas de su señora madre; a los ocho compuso una loa, en ocasión de una fiesta del culto de la población de Amecameca, cercana a la de su residencia. Cuando se enteró que existían escuelas y universidades, su afición al estudio la hizo anhelar entrar en ellas, y se vistió de hombre para tal efecto, lo que inquietó a sus padres, naturalmente. Ante esto, deciden enviarla con su abuelo, a la capital, donde este señor era poseedor de una gran biblioteca, y allí se avoca la niña con afición. No tarda en dominar el latín, para más adelante cortarse su hermosa cabellera castaña, con el fin de sujetarse al dominio de la gramática, a sus 13 años de edad, bajo ese pensamiento –según carta que dejó: Me parece inconveniente que una cabeza, aparte vacía lleve adorno tan rico.

Su fama comenzaba a correr, aparte de su belleza, lo que hizo que el propio virrey, Marqués de Mancera, quisiera conocerla, acusando tal efecto que se le designó como dama de compañía de la virreina. Entraba al mundo de la corte, donde allí se puso a prueba su saber ante varios sabios profesores de la Universidad, teólogos, filósofos, humanistas y matemáticos; difícil prueba de inteligencia y conocimiento. Tenía tan sólo 15 años Causó asombro.

Pero su hermosura no pasaba tampoco desapercibida para los artistas y muchos caballeros la cortejaban, la perseguían asediándola. Se nos cuenta que sí llegó a enamorase de un joven, pero que este murió antes del matrimonio, lo que le causó mucho dolor y con ello su total negación para el casamiento, determinando en definitiva su reclusión en el claustro, donde, a sus 16 años profesa como novicia en el convento de San José, que pertenecía entonces a la Orden de las Carmelitas Descalzas. Era un mes de agosto de 1667. No duró mucho allí, su salud no se lo permitió, y a los tres meses salió por no poder soportar los rigores de la disciplina de la Orden. Pero vuelve a ello, y persistiendo en su vocación cenobita y a su exhortación de su confesor, el jesuita Antonio Núñez de Miranda, un 24 de febrero de 1669 toma el velo de la Hermandad de San Jerónimo, ceremonia a la que asiste la misma corte virreinal, el alto clero y el mundo distinguido.

Es preciso señalar que en aquel recinto conventual existía un universo intelectual de primera, con pláticas sobre arte y ciencia, filosofía y teatro de índole sacro. Allí resplandeció la gracia de esta mujer mexicana.

Sor Juana unió a sus excepcionales dones ingénitos, una ejemplar dedicación autodidacta en el cultivo de la poesía del amor profano, composiciones que han sido conceptuadas como las más suaves y deliciosas que han salido de una pluma femenina. Cultivó también versos místicos, los cuales denotan la evolución armónica que experimentó en el último período de su vida. Dos años antes de fallecer vendió todos sus bienes, como su valiosa biblioteca de más de cuatro mil volúmenes, instrumentos musicales y científicos, joyas, etc. El capital reunido lo destinó al socorro de la gente menesterosa, tras lo cual realizó una confesión general que duró varios días, Firmó Con Su Propia Sangre dos Protestas de Fé y una Causídica al Tribunal Divino, y comenzó a martirizar su cuerpo con cilicio y flagelo, lo que hizo que sus superiores intervinieran para evitar ese deseo.

Murió a causa de una epidemia un 17 de abril de 1695, a los 44 años de edad, con la asistencia de sus compañeros de cenobio.