Numinor: DON MIGUEL DE UNAMUNO O LA ANGUSTIA EXISTENCIAL

Ángel Agustín Almanza Aguilar

26 / Mayo / 2017

Héteme aquí ante estas blancas páginas –blancas como el negro porvenir: ¡terrible blancura!-, buscando retener el tiempo que pasa, fijar el huidero hoy, eternizarme o inmortalizarme en fin, bien que eternidad e inmortalidad no será una solo y misma cosa. Héteme aquí ante estas blancas páginas, mi porvenir, tratando de derramar mi vida a fin de continuar viviendo, de darme la vida, de arrancarme a la muerte de cada instante. Trato, a la vez, de consolarme de mi destierro, del destierro de mi eternidad

Así comienza Miguel de Unamuno su relato de ‘Como se hace una novela’, texto interesante de este gran escritor vasco. Este documento data del año 1926 y apareció en francés en el ‘Mercure de France’, con un dejo de preocupación, de ‘acongojante congoja’, sobre el posible acabamiento de la novela de la humanidad de nuestra civilización. Un Unamuno aislado por el entonces rey de España, Alfonso XIII, por pesimista, en la isla Fuerteventura, siempre haciendo ‘novelas de vida’, con la perenne preocupación de cómo terminarla, como sacar los personajes de sus pesadillas o como lograr esa felicidad mitológica, tragicómica. ¿Hay que volver a ser niños para escribir como adultos?...

‘Variaciones de un tema inconcluso’ vieja sinfonía de letras armonizadas en palabras y estas en luminosas frases y, todo, todo, en pensamiento y lenguaje. La pregunta, más que la respuesta como decía Ciran: lo importante de saber el por qué no funciona un reloj, o el por qué funciona.

El homúnculo del laboratorio aprendiz de mago, en el ‘Fausto’ de Goethe: ya que existo –expresa a su hacedor-, debo también mostrarme activo. Y aquél elucubrando respuestas a su inquietud: nadie ha pedido comprender todavía cómo el alma y el cuerpo, que tan bien se relacionan, se hallan unidos de un modo tan estrecho como si jamás debieran separarse, y no obstante, se amargan sin cesar la vida

Buen tema para una ‘novela de vida’, agregando el suspenso y el enigma del por qué, en esa eterna guerra de contrarios no se rompe la redoma, el matraz, el crisol.

Unamuno no creó nunca de enfatizar en los temas del destierro y de las fronteras, como el de la vida y la muerte, del tiempo como momento breve y tangible, de la eternidad inmensurable y huidiza; todo lo que bullía en su crisol existencial. Esa agonía del estar aquí, tenida y entendida como lucha; la fugacidad de la vida en su lento y agónico arrastrar de recuerdos y anhelos; la angustia, la duda, el no reposo, el no dormir nunca: tampoco muriendo se vive: no me mires a los ojos, sino a la mirada mira, que quien se queda en la carne no llega nunca a la vida.

En 1953 se publica ‘Cancionero’, un diario poético, el verso, que abarca desde el 26 de febrero de 1928 hasta el 28 de diciembre de 1936, tres días antes de su muerte. Pero esa intimidad ahora pública conlleva la sorpresa de ser complementada por unos cuadernillos escolares descubiertos en 1970; otro diario.

Don Miguel afirmaba convencido que el verdadero ser es el que mora dentro, de allí lo de ‘mirar a la mirada’, lo del verse en los ojos de los otros como en espejo. Siempre con el hambre de ser siempre, de inmortalidad: hacia adelante la esperanza; hacia atrás el olvido. Pensaba en un ‘más acá’, en esta vida frágil y transitoria, y hundirse hasta el fondo, para perderse a sí mismo y poder reconocerse y verterse al exterior con un sentido nuevo, con facetas insospechadas. Vida y muerte, siempre en busca de su más íntimo momento de contacto -¡esos contrarios del matraz!-, en la frontera del sueño, ese instante tenue en que nos perdemos y no sabemos si somos o no somos: soñé que me moría y me dormí; soñó que renacía, y desperté. Reminiscencias calderonianas (la muerte es sueño, un dormir). Unamuno vé la muerte como una injusticia, y piensa en el tema de Dios, creador que vuelve ‘creadores’ a sus fieles, y en ese comulgar, en esa mutua labor, los dos se hacen uno: tú me creas, yo te creo, y en este dialogo se arde, ‘tumeo’ se hace ‘yoteo’. Se pone en camino en busca de Jesucristo, empero sirve reinando en su desterrada alma la ‘angustiosa angustia, con la expresión marcada de indeleble manera en su mente: la ‘eternización de la momentaneidad’, la ‘momentaneización’ de la eternidad’: ¡clavar la rueda del tiempo!...

El poeta vasco clama: llamé desde la hondura –la voz se me cayó-; silencio de la altura, la luz se me perdió. La fé perdida –lo reconoce alarmantemente- no pude ser sustituida por otra cosa. Sensaciones de existencial vacío, predestinados a la ahogante oquedad, siempre presentes, sin una verdad que ocupe su lugar: torturante estigma.

En su ‘Cancionero’ se encuentra a Don Miguel de Unamuno muy maduro, conciso, con su vital angustia, plasmando esencial y concretamente su disparado pensamiento en mil y una direcciones, con una capacidad de síntesis muy brillante.

Porque ni sé lo que quiero, ni quiero bien lo que sé, siempre al fin llega el ‘pero’, que es el lindero de la fé. Cada uno con su pregunta; la cabeza, el corazón, enemigos forman yunta, yunta de contradicción, llegó a expresar.

Nuestro personaje vivió 72 años y está considerado como el elemento más brillante de la generación revolucionaria del 98, en España, que, desde el campo de las letras, emprendió la gran tarea de sacar al país de su marasmo espiritual. Sus trabajos literarios son un ejemplo de dicho movimiento, que sumió a los españoles en la angustia y el escepticismo, infundiéndoles la idea de luchar para sobrevivir como nación civilizada.