Numinor: El Carnaval y los Ritos de una Gran Iniciación

Ángel Agustín Almanza Aguilar

15 / Febrero / 2018

Es del conocimiento común saber que lo que se llama Carnaval es el periodo de tiempo antes de la Cuaresma, y son los tres días antes del Miércoles de Ceniza, según nos informa un diccionario católico; días dedicad0s al desfogue de las diversiones, un darle gusto a la carne, a las bajas pasiones (Como si eso no se hiciera a diario, en la mayoría de la humanidad). Y bien, resulta curioso que se nos diga en esta fuente que la etimología nos lleva (Latín) a algo significativo como despedida de la carne, o sea Carnem Naval.

Entonces luego la Iglesia Romano-papal impone la abstinencia y el ayuno (como si con el dinero que ganamos comiéramos carne a diario); son tiempos de penitencia. No dicen: Si bien representa una costumbre de origen popular, hubo una época en que las fiestas carnavalescas ofrecían un aspecto de alegría sana toleradas por la Iglesia. Pero hoy en día han degenerado en mascaradas absurdas donde se cometen toda clase de excesos, y por lo mismo la Iglesia les opone como contrapartida la práctica de ejercicios piadosos, como la devoción especial de las cuarenta horas al Santísimo Sacramento. ¡Ándale!... Digamos, consecuentemente, que se entiende por Santísimo Sacramento a Cristo presente en la Sagrada Eucaristía, y por esto a la presencia real del mismísimo Jesucristo bajo las apariencias de pan y vino, que se vé en la Santa Misa. Y no vayamos a burlarnos de esto ya que el mismísimo Benedicto XVI, Joseph Ratzinger –cuando fungía como Perfecto de la Congregación para la Doctrina de la Fé – reveló en el documento Dominus Jesus, aprobado por lo cierto por el entonces pontífice Juan Pablo II, que la Iglesia Católica y Apostólica es la única y universal donde puede haber salvación, y los seguidores de otras religiones están en una situación gravemente deficitaria (Ocho Columnas, Diario, número 8567, miércoles 6 de septiembre de 2000). Esta digresión obedece a que esta monarquía teocrática se ha aprovechado siempre de los cultos paganos para cristianizarlos, para sacarles provecho en sus intereses dominantes de las conciencias de sus fieles pero –dejando este tema en la tinta del caletre, para mejores tiempos–, volvamos a nuestra mascarada.

Esas máscaras –a guisa, a manera de la muestra de carne–, esos disfraces que fingen las más alocadas personalidades, entre las que no faltan demonios y animales, son básicos incentivos para las puertas de escape a la austera moral cristiana, la cual está siempre vigilando e inhibiendo el fondo orgiástico de lo humano.

El bullicioso carnaval moderno nació allá en la Edad Media, en Italia, y es una reminiscencia de las Saturnales Romanas, fiestas análogas a las de otros muchos pueblos de la antigüedad. Pero, ¿esas Saturnales se verifican en las mismas fechas, antes de la Primavera, a fines del Invierno?... En efecto, a mediados del mes y duraban siete días.

Veamos, pues, consiguientemente lo que en una de esas viejas revistas que como gárgolas pueblan neciamente mis desvencijados estantes, encontramos al respecto. Se trata de un estudio de Gloria Garrido: Las raíces Neolíticas del Carnaval. Un lenguaje oculto que describe la relación del hombre con el Universo. Nos refiere que se trata de fechas rituales iniciáticas, como la lucha del Invierno contra la Primavera, del Frío contra el Calor; El pasaje primigenio del caos al orden: Celebraciones netamente paganas –y muy mal comprendidas, por lo cierto–. En ese Lapsus de tiempo, el del Carnaval, la confusión, el desorden, la presencia del doble monstruoso, de la bestia carnal, debía ser quitada de facto, con miras a llegar a la estación del Fuego, de la Luz, de la Primavera –del verdadero y primer comienzo–, con una naturaleza limpia, purificada, como vaso idóneo –crisol puro–, para comprender, más adelante el enigma de la empuja a los muertos hacia morada de los vivos. Los rituales celebrados durante esas jornadas tienen como meta fijas el Tama e impedir que abandone el cuerpo.

Sin embargo, hay que reconocer que la Iglesia ha perdido algo que era muy valiosos en su origen y hoy es sumamente necesario recuperar, y es la pureza de la doctrina del Maestro, del Hijo de Dios hecho carne, ponerla en práctica, porque es lamentable observar a muchísimos de sus eclesiásticos aún con las máscaras de un nefasto carnaval ¿Dónde han dejado el cirio de la Candelaria?