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Numinor: Albert Einstein ante el Misterio y la Oración
Ángel Agustín Almanza Aguilar
27 / Febrero / 2018
¿Sabía usted que esta mente brillante, este genio, concedía un nulo valor a la oración a Dios, al Ser Supremo y Único del universo? Pues esto es lo que nos encontramos en sus ideas y opiniones, según el libro Albert Einstein. Sobre la Relatividad y Otras Aportaciones Científicas (Ed. Sarpe, España, 1983, vol. III de la Colección Los Grandes Pensadores).
En dicho texto nos habla del mundo, tal como lo vió, sobre el significado de la vida (1934), sobre la religión y la ciencia (1930), sobre el espíritu religioso de la ciencia (1934). Y allí nos topamos con lo siguiente: Durante la etapa juvenil de la evolución espiritual del género humano, la fantasía de los hombres creó dioses a su propia imagen que con si voluntad parecían determinar el mundo fenoménico, o que hasta cierto punto influían en él. El hombre procuraba influir la actitud de estos en favor propio con la magia y la oración. La idea de Dios de las religiones que se enseñan hoy es una sublimación de aquel antiguo concepto de los dioses. Su carácter antropomórfico lo muestra, por ejemplo, el hecho de que los hombres apelen al Ser Divino con oraciones y le supliquen que satisfaga sus deseos Nadie negará, desde luego, que la idea de que exista un Dios personal, omnipotente, justo y misericordioso, puede proporcionar al hombre solaz, ayuda y guía, y además, en virtud de su sencillez, resulta accesible incluso a las inteligencias menos desarrolladas. Pero, por otra parte, esta idea conlleva un fallo básico, que el hombre ha percibido dolorosamente desde el principio de la historia. Es decir, si este ser es omnipotente, todo suceso, incluidas todas las acciones humanas y todos los pensamientos humanos y todos los sentimientos y aspiraciones humanos son también obra suya. ¿Cómo es posible pensar que los hombres sean responsables de sus actos y de sus pensamientos ante tal ser todopoderoso?... Al administrar, premiar y castigar, estaría en cierto modo juzgándose a sí mismo. ¿Cómo conciliar esto con la bondad y la rectitud que se le asignan?... La fuente principal de conflicto entre el campo de la religión y el de la ciencia se halla, en realidad, en este concepto de un Dios Personal.
Pero vayamos aún más sobre Einstein, y esto pensando en que era judío, ello por del Jehová del Antiguo Testamento –no emite opinión alguna, por lo cierto, sobre Jesucristo, pero es deducible lo que debía haber pensado sobre él, por aquello del Padre Nuestro –.
Aunque sostenía que La ciencia sin religión está coja, y la religión sin ciencia, ciega, veía en las tradiciones religiosas sólo relatos míticos o simbólicos, y le parecía absurdo buscar el significado u objeto de nuestra existencia (Pág. 196) –pero luego diría: Aquel que sino considera su vida y la de sus semejantes carente de sentido, no sólo es desdichado, sino poco hecho para la vida – (Pág. 199).
Pero, ¡cuál era ese sentido de la existencia humana para él?...
Tampoco creía en una existencia consciente más allá de la muerte física: Dejemos que las almas débiles, por miedo o por absurdo egoísmo, se complazcan en estas ideas. Yo me doy por satisfecho con el misterio de la eternidad (Pág. 198-199).
El Misterio decía que es la experiencia más hermosa que tenemos a nuestro alcance es la emoción fundamental que está en la cuna del verdadero arte y de la verdadera ciencia (Pág. 198).
Nos hablaba de una Religión Cósmica ante una Religión del miedo (Pág. 224-225), del arte de despertar ante lo maravilloso de la presencia del orden universal (Pág. 220 y 229): El científico su sentimiento religioso adquiere la forma de un asombro extasiado ante la armonía de la ley natural, que revela una inteligencia de tal superioridad que, comparados con ella, todo el pensamiento y todas las acciones de los seres humanos no son más que un reflejo insignificante.
¡Cómo la véis? Es como haber tenido una sabrosa charla, frente a frente, con un súper genio. Por lo pronto: Auf Wiedersehen, es decir, Hasta la vista, en alemán.