Solo un cubito de hielo

FRANCISCO JAVIER NIEVES AGUILAR

16 / Julio / 2018

En un salón de eventos situado al poniente de Ixtlán se celebraba una reunión de personas con la finalidad de recaudar fondos para una obra social. Ahí se encontraban dos elegantes señoras un tanto frustradas y orgullosas de sus buenas obras.

En eso entra una mujer de la calle con un ojo amoratado. Las dos damas, antes incluso de que la otra abriera la boca, le sueltan un discurso de tipo pedagógico y moralizante, en tono amenazador. Le dicen que debería avergonzarse de la vida que lleva. Además, ¡Qué humillación, ser considerada un objeto de placer y ser explotada y golpeada de ese modo! Una se puede ganar la vida sin perder la dignidad. Ellas, por ejemplo, en la vida!

La desdichada, de vez en cuando, trata de pronunciar una palabra de explicación, precisar el motivo por el que ha ido allí.

Las dos especialistas en dar consejos no solicitados prosiguen aferradas en su reprimenda, empleando tonos maternalitas.

Al final, la pobre mujer, impaciente, estalla:

- Escúchenme un momento por favor y cállense. He entrado aquí únicamente para pedir un cubito de hielo y ponérmelo sobre el ojo hinchado. ¿Lo tienen, o no?

- La verdad es que aquí no tenemos hielo, pero si nos escuchas.

- Discúlpenme -las interrumpe la desdichada- cuando necesite sermones sabré a quién dirigirme. Por ahora sólo necesito hielo. Como no lo tienen, será mejor que me vaya.

¿Por qué juzgamos?... porque nuestra fe está muerta, sin obras, puros consejitos piadosos sin ver los propios errores. Y la caridad muere en el momento en que pretende suplir las obras con palabras. O como decía un mensaje: Habla de mi vida cuando la tuya sea un ejemplo.

Qué fácil es juzgar a las demás personas sin conocerlas a fondo, o como dice el dicho, caras vemos, corazones no sabemos.

La mujer del ojo amoratado representa a tantas personas que van por la vida humilladas y despreciadas o incomprendidas, y las dos señoras elegantes nos representan a todos los que sin saber juzgamos a los demás, o sea que como dice Cristo, vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro.