Trump se hunde en una ensaladilla rusa de conspiraciones

03 / Abril / 2017

En una de sus últimas conferencias de prensa, el polémico portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, atacó a los periodistas al señalar que, si al presidente se le ocurre un día poner aderezo de ensaladilla rusa en su cena, al día siguiente todos los medios comenzarían a hablar de la conexión de Trump con los rusos.

Hoy, este ataque de Spicer contra los medios, se ha convertido en una metáfora sobre la maltrecha credibilidad del presidente, Donald Trump, quien se hunde poco a poco en esa ensaladilla rusa de mentiras y conspiraciones mientras salen a la luz los sospechosos encuentros de miembros de su administración con poderosos aliados en el Congreso.

Por si fuera poco, en el curso de las últimas horas y según la información consignada por The Wall Street Journal, el ex Consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, ha ofrecido testificar ante la FBI y el Congreso sobre los presuntos contactos entre la campaña presidencial de Donald Trump y los servicios de inteligencia rusos a cambio de inmunidad.

Flynn, quien hasta hace poco demandaba el encarcelamiento de la candidata demócrata, Hillary Clinton, por el manejo de correos electrónicos con información clasificada a través de un servidor privado, se vio obligado a renunciar en febrero pasado, tras descubrirse sus contactos con el embajador de Rusia en EU y por haber recibido pagos, no declarados, de varias compañías rusas.

También en su edición de ayer, el diario The New York Times reveló que dos funcionarios de la Casa Blanca (Ezran Cohen-Watnick y Michael Ellis) se habrían reunido en secreto con Devin Nunes, el presidente del comité de inteligencia en la Cámara de Representantes, para deslizarle información que le permitiera distraer la atención de las pesquisas que apuntan hacia la presunta conexión rusa con la campaña presidencial de Donald Trump y sustanciar, al mismo tiempo, las acusaciones (sin fundamento) que el presidente ha lanzado a través de su cuenta de twitter para acusar a Barack Obama de haberle espiado.

La información que colaboradores de Trump habrían entregado a Nunes, con la esperanza de distraer el foco de atención de la presunta coordinación o colusión con los servicios de inteligencia rusos, se ha convertido en un arma arrojadiza y en una pieza explosiva que apunta hacia una posible operación de encubrimiento y de obstrucción de la justicia orquestada desde la Casa Blanca.

En medio de una desesperada huída hacia adelante, el presidente Trump lanzó ayer un feroz ataque a través de su cuenta de twitter para atacar a The New York Times y amenazarlo de nueva cuenta (y con el a toda la prensa) con la posibilidad de modificar las leyes que castigan el libelo en EU.

Una posibilidad que se antoja remota ya que las leyes que penalizan el libelo sólo podrían modificarse a través un dictamen del Tribunal Supremo o mediante una reforma a la Constitución. En ambos casos, Trump enfrentaría la feroz oposición de quienes consideran a la primera enmienda (que garantiza la libertad de expresión) como un pilar indispensable de la democracia en EU.

El encontronazo entre Trump y The New York Times ha vuelto a dejar al descubierto los muchos intentos de su administración por encubrir y obstaculizar la investigación que conduce la FBI y los comités de inteligencia de la Cámara de Representantes y del Senado.

Pero, además, ha dejado en evidencia la guerra soterrada que libra contra la comunidad de inteligencia desde antes del inicio de su mandato.

Desde el inicio de su presidencia, Donald Trump ha denunciado la existencia de un Estado profundo, una figura que ha utilizado para referirse al remanente de las tropas leales al ex presidente Barack Obama en el seno de la administración y a su lucha para evitar que Trump tenga éxito en su tarea de desmantelar el legado de la era Obama.

Pero, además, Trump ha incluido dentro de este Estado profundo a la comunidad de inteligencia que, desde antes de que juramentara el cargo, ya había manifestado sus recelos y preocupación por las posibles las conexiones de Trump con Vladimir Putin y por el riesgo de que el nuevo inquilino de la Casa Blanca se transformara en una marioneta del Kremlin.

Aunque Trump tiene algo de razón, al considerar a la comunidad de inteligencia como parte de ese Estado profundo, su intención de combatirla y derrotarla parece condenado al fracaso. Antes de Trump, muchos otros presidentes sucumbieron en su intento por meter en cintura a esa comunidad de inteligencia que representa un poder detrás del poder.

Si la intención de Trump es ganarle el pulso a la comunidad de inteligencia y, de paso, conseguir la destrucción de pruebas y testimonios que demuestren la posible colusión de su campaña con los rusos, su misión se antoja casi imposible.

Particularmente si, quien la impulsa, es un posible aliado encubierto de Vladimir Putin. O un simpatizante ingenuo del líder del Kremlin que podría terminar sepultado bajo toneladas de sospechas aderezadas con ensaladilla rusa.

Pero no nos adelantemos. Hoy, todo esto sigue formando parte de teorías de conspiración no demostradas. De investigaciones en curso de las agencias de inteligencia y de dos comités en el Congreso que luchan por conocer la verdad mientras resisten los muchos intentos por politizar las pesquisas desde la Casa Blanca y un sector de incondicionales del partido republicano.