Numinor: El Quiasma y la locura de la cruz

Ángel Agustín Almanza Aguilar

12 / Abril / 2017

Leyendo nuestro ‘Gente&Poder’, respecto a la necesidad de una construcción de un Hospital Psiquiátrico en el Estado, debido a la proliferación de tanto loco, me puse a pensar –¡milagro! – de meter una solicitud de trabajo para ese proyecto tan humanitario, para el puesto de, si no de director, subdirector. Considero que reúno todos los requisitos para el efectivo desempeño de tan estratégica responsabilidad social, al fin y al cabo experiencia tengo de sobra en el trato que he tenido con mis congéneres que también andan sueltos. No se me olvida aquella lapidaria frase del gran Cicerón: <<Stultorum Sunt Plena Omnia>>, es decir: El Mundo Está Lleno de Locos.

Mi tesis sería una exposición filosófica sobre la relación existente, en la naturaleza, entre el fenómeno anatómico del entrecruzado del Quiasma óptico y la presencia del simbolismo matemático de la letra equis y el signo de la cruz. Veamos.

‘Quiasma’ se le llama, en anatomía –según dijimos–, a el cruce en ‘equis’ de los nervios ópticos. La palabra lleva el significado, en griego de ‘disposición en cruz’; ‘cruzar en equis’. Nosotros estamos de acuerdo en que el símbolo de la Luz –la escritura–, la firma, de la luz por la luz misma- se manifiesta así en nuestros órganos visuales.

El signo de la equis y de la cruz es el jeroglífico, reducido a su más simple expresión de la radiación luminosa; es el esquema del centelleo de las estrellas, la gráfica de la chispa. Puede multiplicarse su irradiación, pero es imposible simplificarlo más. Todo cuanto brilla, alumbra e irradia lleva esta impronta, sello proveniente de un hogar único

El ser humano posee, en su interior, un gran tesoro, una colosal energía capaz de obrar prodigios y maravillas; un ‘Fuego Secreto’. Esa ‘Luz’ interna signa su presencia en el quiasma. Bien; ese ‘fuego’, esa energía, se encuentra en estado latente en todos nosotros, y lo que hace falta es ponerla en actividad, en acto. ¿Cómo hacerlo? Consideramos que la estación propicia para este tipo de operación es la primavera, época en que renace el verdor de la naturaleza, cuando las semillas y las plantas cobran nueva vida –‘abril’ viene de apere, abrir–.

El aire llega a la tierra, o más bien, la baña, de sutiles radiaciones cósmicas, que deberían ser ‘manipuladas’ para el bien de la buena obra El ‘rocío’ de mayo es especial. Se trataría de ‘condensar’ un fuego que ofrece la influencia de los astros, como los de la luna, por ejemplo. Curiosamente, ése tiempo, esa oportunidad de trasformación interna, se dá –primeramente en la Semana santa, o ‘Mayor’–, cuando el ‘Hijo del Hombre’, Jesús, es mortificado en extremo, y Cristo, el ‘Hijo de Dios’, fijado en una cruz La Luz Divina clavada en el símbolo de la materia –los cuatro elementos–. Interesante es volver a leer que, en esos instantes, el velo del templo se rasgó y se vió su interior

Estamos hablando de una Luz Divina que se encarna, y habitó en nosotros; del ‘Hijo de Dios’ que habita en el ‘Hijo del Hombre’.

Este tema ha sido muy cobijado y guardado celosamente en los verdaderos sacerdocios de la antigüedad, y se le ha mantenido oculto y reservado –en su total comprensión doctrina–l para unos cuantos. El Apóstol Pablo dice: Empero hablamos sabiduría oculta (I Corintios, II, 7). Y también Cristo, en el cual están escondidos todos los tesoros de sabiduría y conocimiento (Colosenses II, 3). El tesoro en vasos de barro (2 Corintios IV, 7).

Aceptamos pues, que todo el enigma de nuestra existencia, en esta dimensión material, radica en la ‘Encarnación del Verbo’, y en la resurrección de Nuestro señor Jesucristo, el Hijo de Dios hecho humano.

El Quiasma: ver a través de una cruz tener la configuración del signo de la equis en nuestros propios ojos, esa ‘equis’ que, en álgebra, nos señala la incógnita a resolver.