Muere tras estar 3 meses en estado de coma

10 / Agosto / 2018

Por José María Castañeda

Santiago Ixcuintla.- Alguna vez dijo Julio Mondragón González al periodista Jesús Narváez Robles, titular del noticiero, un 3 de noviembre –no recuerdo el año–, que un día antes había estado con su lupita Rivera, su esposa fallecida, en su tumba del panteón –creo que Hidalgo de la capital del estado– platicando metafóricamente, y que pasadas 4 horas me despedí de ella comenzando a caminar y que tras salir de la necrópolis aborde dijo mi bocho, y pensando por toda la calzada del panteón me di cuenta que tengo más amigos dentro del panteón –fallecidos– que fuera de él.

Viene el comentario a colación porque hace dos años que acudí a los Estados Unidos a visitar a mis hijos y justamente dos días antes de mi regreso me enteré de la muerte de quien fuera mi jefe por más de 25 años, el Dr. Manuel Narváez Robles, no tocándome en suerte siquiera acudir a despedirlo, pese a que lo velaron dos noches, yo llegue a Santiago el día de su sepelio pero 6 horas después.

Y después de dos años de no ir a los Estados Unidos concretamente a la industrializada ciudad de Oakland, estando allá me enteré de la infausta noticia de la muerte de otro de mis grandes amigos de infancia con quien al paso de los años nos hicimos compadres, existiendo desde entonces una amistad casi de hermanos, su nombre Leonel Guerrero Ruiz, nombre que para muchos pasará desapercibido pero si hablamos de su apodo de toda la vida El Muñí, todo Santiago lo identifica. Con el Muñí, siendo niños, fuimos muchas veces a juntar nanchis a las lomas de Santiago, comenzando desde la alcantarilla, viejo arroyo a donde acudían cientos de mujeres a lavar, y los jóvenes de aquella época a bañarse lanzándose a las frescas aguas desde lo alto de la rama de un árbol.

Ya más grandes acudíamos con el ropaje de la época pantalones, Levis, Topeka y de terlenka, todos ellos, excepto los Levis, acampanados, pero no todo eran fiestas ni ir a ver a la novia, sino que juntos acudimos a trabajar de fierreros en la construcción de una área del ingenio de Puga, donde su destreza para amarrar varillas con alambre recocido era ampliamente reconocida de ahí con el mismo fuimos a hacer una fábrica de hielo al poblado de Altata, Sinaloa, donde los jejenes y los zancudos nos traían juidos. En el ámbito del deporte el Muñí también fue un deportista sobresaliente ya que lo mismo corría medios maratones que participaba en juegos de beisbol, jugando el jardín izquierdo, donde luego de localizar los elevados los cachaba con enorme facilidad muchas de las veces poniendo a temblar a su mismo equipo al encargazar las pelotas con la manilla en la espalda, en la edificación de las torres del alumbrado del estadio revolución subía las torres hasta la canastilla por un solo lado, es decir normalmente hay dos varillas en forma de pisa pie a cada lado de los tubos de la torre, por donde subían con las precauciones del caso los técnicos electricistas, pues mi compadre las subía en franco reto a la muerte por un solo lado.

Desgraciadamente en mi ausencia fui enterado que a mi compadre lo atropelló un maldito carro, del cual tras el atropellamiento el Muñí se levantó diciendo que estaba bien, sin embargo 3 días después cayó en estado de coma, y pese a que fue trasladado a un sanatorio de la capital del estado, tres meses después falleció y de nueva cuenta, maldita sea la cosa, no estuve aquí para acompañarlo a darle el último adiós, cosa que me molesta. Por eso me vino a la mente aquella reflexión que hiciera don Julio Mondragón, me doy cuenta que tengo más amigos en el panteón muertos que amigos vivos que aun deambulamos en esta vida terrenal. Descanse en paz mi amigo y compadre Leonel Guerrero Ruiz, el famoso Muñí.