¿A poco no?

Francisco Javier Nieves Aguilar

23 / Octubre / 2018

En una isla del Pacífico Sur, los nativos capturaban a los changos con un método muy particular.

Los cazadores tomaban un coco, le hacían un agujero en unos de sus lados. Le ponía unas cuantas nueces dentro, lo colocaba entre la vegetación y luego esperaba.

Al poco tiempo, llegaba un mono que, por su naturaleza curiosa, comenzaba a explorar el coco.

Invariablemente, los changos hallaban las nueces y metían su mano en el coco para tomarlas, pero cuando intentaban sacarla quedaban atorados. Con sus puños aferrando las nueces dentro del coco, golpeaban desesperadamente el fruto contra el suelo o contra el árbol y corrían de aquí para allá mientras gritaban. Hacían cualquier cosa, excepto abrir la mano y solar las nueces.

Luego los cazadores llegaban y capturaban al mono exhausto, quien gastaba sus últimas energías en una débil lucha pero nunca soltaba las nueces. Así, perdía como mínimo, su libertad y muchas veces su vida. ¿Por qué? Por un puñado de nueces.

Desde luego, nosotros los seres humanos, nunca haríamos algo tan ridículo ¿O sí?...

Tal vez a muchas personas nos sucede como le sucedió al chango de esta historia, porque nos dejamos llevar por la ambición.

Es cierto que el dinero es necesario para comprar alimentos, ropa, zapatos, pagar los servicios de luz, teléfono y muchas cosas más, pero no hay que ser tan ambiciosos. Por eso el Señor nos da la oportunidad de trabajar y así conseguirnos honradamente el dinero. Nunca debemos dejarnos llevar por la ambición o afán desmedido de tener y tener acumulando riquezas de tal manera que se nos olvida que también tenemos un alma que salvar.

Somos materia y espíritu y por tal motivo además de alimentar el cuerpo debemos alimentar nuestra vida espiritual. ¡Que de hoy en adelante no nos sigamos pareciéndonos al mono del cuento!