El Jarocho: Historia de un Personaje del Cerro Grande

23 / Enero / 2025

José María Castañeda .-

El Jarocho, como era conocido popularmente entre sus amigos del Cerro Grande, dejó una huella imborrable en quienes tuvieron la fortuna de conocerlo. Su vida, llena de anécdotas y particularidades, se desarrolló principalmente en Donato Guerra, esquina con Morelos, donde vivió por muchos años mientras trabajaba como empleado de la Comisión Federal de Electricidad (CFE).

Era un hombre carismático y amante de la aventura. Solía referirse a su esposa, mi Güera, con un cariño entrañable, con quien tuvo dos hijos. Durante su tiempo en la CFE, dejó un legado notable: fue el primero en llevar la electricidad hasta la orilla del mar, en la playa del Sesteo, lugar donde solía acampar junto a su familia, especialmente en Semana Santa.

Una de las imágenes más memorables de El Jarocho era verlo subir en su jeep, al que llamaba cariñosamente Huripupitus (aunque no todos recuerdan con certeza el nombre), utilizando la doble tracción para alcanzar el tanque de agua en la calle Morelos. Era una escena que reflejaba su determinación y carácter aventurero.

Una decisión que marcó su vida

En la década de los 80, seducido por la idea de nuevas oportunidades, El Jarocho, junto con una veintena de compañeros, decidió solicitar su liquidación voluntaria en la CFE. Recibió varios millones de pesos, pero con ello también renunció a sus prestaciones, incluida la jubilación. Por entonces, su afición al Brandy Presidente lo llevó a bromas entre sus amigos, quienes lo comparaban con un socio de Pedro Domecq por su consumo desmedido.

Para salir adelante, se dedicó a realizar instalaciones eléctricas y a administrar un viejo molino de nixtamal, en el que su querida Güera también ayudaba. Su capacidad para encontrar soluciones a las adversidades era notable, y siempre encontraba una manera de seguir adelante.

La anécdota de las croquetas

Una de las historias más pintorescas de El Jarocho ocurrió en la cantina La Cueva del Lobo, que era administrada por Agustín Rodríguez Cano, mejor conocido como El Gapo. En una ocasión, llegó El Jarocho con una bolsa de plástico en la mano, comiendo lo que traía en su interior. Al verlo, le pedí que me convidara, y ambos disfrutamos de lo que él traía mientras lo acompañábamos con cervezas. Después de un rato, le pregunté:

—Oye, Jarocho, ¿qué estamos comiendo?

Con su característico humor, respondió despreocupado:

—Pues las croquetas de mi perro, El Chato.

Aunque sorprendido, recuerdo haberle dicho:

—¡Ah, caray! Pero saben bien, están buenas.

Y así, entre risas y cervezas, seguimos disfrutando la peculiar botana.

El adiós de un amigo inolvidable

El Jarocho murió víctima de enfermedades que la ciencia médica no pudo combatir. Su partida dejó un vacío entre quienes lo conocieron y compartieron momentos con él. Descanse en paz, amigo Jarocho, un personaje que siempre vivirá en nuestra memoria.