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¡Te están esperando!
FRANCISCO JAVIER NIEVES AGUILAR
23 / Julio / 2018
Cuentan que había un joven que tenía una vida desordenada. No tenía respeto por nadie y con el tiempo se convirtió en un ladrón, pendenciero, mal hijo, ya que golpeaba a sus padres y cuantos se les pusieran enfrente.
Juntándose con malas compañías, un día cayó preso, y lo sentenciaron a varios años de prisión. Estando en la cárcel, reflexionó acerca de la vida que hasta entonces había llevado, la cual lo arrastró a su desgracia.
El joven se convirtió en un hombre. Su vida había cambiado, ya no era el mismo; faltando una semana para cumplir su condena, escribió una carta a sus padres, que todavía vivían y en ella les decía:
- Queridos padres, les mando esta nota para pedirles perdón. Pronto saldré libre y quisiera que me perdonaran por todo el mal que les causé; reconozco que cometí muchos errores, pero ya soy diferente, me he convertido en otra persona. ¿Recuerdan que afuera de la casa hay un árbol, el cual seguramente ha de estar muy grande y frondoso? Quisiera pedirles un favor: En una de sus ramas me gustaría, si ustedes quisieran, que pusieran un pañuelo blanco, como signo de su perdón. Yo pasaré en una semana por enfrente, y si veo el pañuelo sabré que me han perdonado; si no está, comprenderé que no merezco su perdón y lo entenderé, por todo lo que les hice.
A la semana, abordó el autobús que lo llevaría a su casa. Faltando pocos kilómetros, el hombre se levantó y se dirigió al chofer diciéndole:
- Perdone, amigo, acabo de salir de la cárcel, y quisiera pedirle un favor, -y le platicó su historia-, así que le pido por favor, que usted mire por mí si está el pañuelo colgado del árbol y me lo diga, por favor.
Tomó asiento, cerró los ojos; por su mente pasó de todo. Cuando pasaron por el lugar, se volvió a acercar al chofer, y le preguntó con voz temblorosa:
- ¿Estaba el pañuelo colgado en la rama del árbol?
El chofer se le quedó mirando, y le respondió:
- La verdad que yo no miré ningún pañuelo colgado, -hizo una pausa-.
El hombre se desplomó en el asiento, y se decía por dentro:
- Bien merecido lo tengo, por la vida que les di a mis padres; no merezco su perdón.
En eso, el chofer continuó diciendo:
- No había ningún pañuelo colgado, porque todos los árboles del pueblo estaban tapados con sábanas blancas, ¡te están esperando muchacho!
¡Nunca es tarde para el arrepentimiento y la reparación!; porque donde hay un verdadero arrepentimiento, hay un perdón asegurado.
Cuántos papás y mamás quisieran tener la alegría de que alguno de sus hijos que anda mal, regrese al buen camino, no importa que tuvieran que llenar de sábanas todo el pueblo.