EL ITACATE: Dios y la Libertad: Voltaire (Tercera parte y final)

Por Agustín Almanza Aguilar

09 / Enero / 2015

Hubo un suceso muy especial que signa su posición ante el clero, y es el del momento en que agonizaba la más famosa actriz del teatro francés, ADRIENNE LECOUVREUR, estando a su lado Voltaire, quien escuchó al sacerdote exigirle a la dama que renunciase a su arte por ser éste un vergonzoso espectáculo. La actriz se negó orgullosamente y el clérigo le negó el consuelo espiritual; fue enterrada por la policía en una fosa sin identificación. Desde aquél día –se nos cuenta- Voltaire abrigó odio, no al cristianismo, sino a la crueldad no cristiana: El hombre que declara: cree como yo, o Dios te condenará –advertía-, pronto expresará: cree como yo o te mataré.

Voltaire nunca fue ateo, si anticlerical, odiando la intolerancia, aunque fue un gran cínico. En 1774, en una de sus estancias en París, acepta un importante cargo, el nombramiento otorgado por MADAME DE POMPADOUR, la favorita de LUIS XV, para la Academia Francesa, pero era preciso y necesario que se confesara y firmara como católico, y ¡lo hizo, sin pudor alguno!

Huésped asiduo de la Bastilla, Voltaire no concordaba con JEAN-JACQUES ROUSSEAU, y sería a él –según otra versión- al que le dirigiría aquella famosa frase: Defenderé hasta la muerte Otro detalle curioso: la Pompadour, con el fin de callar los sarcasmos y acabar con los panfletos incendiarios de ese enano boquiflojo, le ofreció hasta un cargo de Cardenal, el precio de su venta, que –claro- fue rechazado. La victoria de los Enciclopedistas lo alegró en sus 84 años, pero también sabía que había llegado a su fin. Un sacerdote lo visita, para la confesión:
-¿Quién lo envió, señor cura?
-Dios en persona
-Bien, bien, veamos sus credenciales
Dictó a su secretario estas palabras antes de morir: Muero adorando a Dios, amando a mis amigos, sin odiar a mis enemigos y detestando la superstición. Se le rehusó, en París, sepultura cristiana, y fue enterrado en la abadía de Salliers, gracias a una estrategia de sus amigos: habían cargado un carruaje haciendo creer a la gente que estaba vivo, aquél que había ridiculizado al gran LEIBNIZ, personificándolo como ‘El Doctor PANGLOS’, en su libre ‘Cándido’ (1759). Cuando triunfó la Revolución Francesa, en 1791, su cuerpo fue llevado a París y hoy se encuentra en una tumba del panteón donde yacen los grandes hombres de esa nación.
¡Ah, madame CHATELET!...

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