EL ITACATE: LA MÚSICA, VERDADERA PANACEA DEL ALMA

Por Agustín Almanza Aguilar

30 / Enero / 2015

El mundo, el universo de la música: algo maravilloso, fantástico, mágico -¿por qué no?-.

Es bien sabido el cómo nos transforma, y de manera integral, física y mentalmente. Allí está la obra del gran Mozart y demás genios de este gran arte (y ciencia, ¿por qué no?). Activa los más profundos mecanismos neuronales, fortalece el proceso de la sinapsis, modifica el estado de ánimo y hasta puede curar algunos males: el poder de las notas musicales. Si no existiera –se ha dicho- habría que inventarla.

Esa secuencia de sonidos ordenados ruidos, silencios, ritmos; deprime, y provoca estados de éxtasis. Ayuda al desarrollo de la inteligencia, según estudios de neurología, psicología y biología; provoca cascadas de emociones y sugiere –y de hecho concretiza- estados de conciencia superior, una especie de despertar con ella nuestros ritmos internos bullen en equilibrio y armonía –recordemos, como digresión, lo de la música de las esferas de los pitagóricos, que también ligaban las matemáticas con la música-.
Cantar y bailar bajo su influjo; la música es alta poesía, y encierra y revela una filosofía sumamente trascendental, como diría el gran Beethoven.

La sinfonía de las aves, en el amanecer, en el atardecer, mil veces superior a la humana; la melodía de la Madre Naturaleza, siempre diario, siempre distinta El llanto del bebé recién nacido, todo un concierto cósmico, lo mismo que la risa de la muerte.
Lenguaje universal, la música es panacea del alma humana, puerta a un conocimiento iniciático (aquellas murallas de ciclópeas piedras de la ciudad de Tebas, levantadas en virtud a la música de la lira de Anfión), en su dualidad eterna: nos asciende y nos desciende, nos ilumina y nos entenebrece, nos sana y nos enferma. ¿La entendemos o sólo la disfrutamos?...

Interesantes son las repuestas ante las preguntas del por qué
De los acordes, de su ingeniosa estructuración, de los disminuidos, de los bemoles, los sostenidos, de las sextas o novenas, de lo mayor y lo menor Pero no todo lo que suena es música, como el ruido, pero la palpamos hasta en el choque tenue de –por ejemplo- una cuchara con un vaso de vidrio: salta la nota de lo común y cotidiano. Y así oímos con sumo placer las encarnaciones de la polifonía, del ritmo, y la complejidad armónica. Cultura; cultivo de la mente: ¿una especie de droga, de narcótico?...
Este arte, don de las musas de la luz olímpica, nos afecta y hace experimentar estados alertados de la mente, de la conciencia; factor clave y efectivo apoyo de nuestra memoria, nos hace revivir emociones, sentimientos, ideas y pensamientos, intuiciones dejadas en el tintero del espíritu; estimula el talento, el ingenio, la imaginación, la genialidad.

Medicina y panacea del alma y del cuerpo, la música provoca –se insiste- extraños estados mentales y, bajo umbrales subliminales es capaz de hacer variar nuestros comportamientos, nuestras conductas.
¿Por qué no todos somos músicos? ¿Es algo hereditario? ¿Se nace o se puede uno hacer músico? Ser y no parecer

FINIS TERRAE: Con gran pesar me enteré de la infausta noticia del fallecimiento de mi muy estimado y admirado amigo, el maestro José Miguel Ferrer Hinojosa, quien se venía desempeñando brillantemente como Director de la Orquesta de la Escuela Superior de Música del Gobierno del Estado. Su contacto con este mundo material dejó de ser –según estoy leyendo en nuestro ‘Gente & Poder’, y en virtud de la información de Oscar Verdín Camacho –El Mediodía del Pasado Lunes. Un espiritual pésame a su señora esposa y a sus dos hermosas hijas. Dios, el Eterno Ser Supremo, Creador de todo lo visible e invisible, lo reciba en su Divino Seno, así sea. Gracias por tu presencia y amistad en esta tierra, Maestro.

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