NUMINOR: EL JOVEN PROCOPIO

Por Agustín Almanza Aguilar

15 / Mayo / 2015

El joven Procopio (¡pobre mortal; llevar de por vida ese nombre que, a fortiori y de manera atávica, le endilgaron un día sus amorosos progenitores!), nunca supo el significado de tan ilustre denominación, aunque era cosca que no le importaba; siempre había expresado que nadie, nadie, tenía ni llevaba el nombre que merecía, el nombre que expresara realmente la esencia de su ser, como lo hizo Adán al poner nombre a las cosas, creaturas, y a los fenómenos de la naturaleza en sí, acotaba ante sus escasas amistades. La otra gente –por lo juzgaba loco-, extravagante.
La lectura de Federico Nietzsche- en sus años de bachillerato- le habían hecho ver que el siglo pasado experimentó nunca sensible desesperanza en los valores de la modernidad, debido –según le explicaba su maestro de filosofía- a que la racionalidad había tocado fondo en la irracionalidad: La oscuridad del mundo histórico frente a la retórica de la política del vacío –escuchaba atento, anuqué con el linguelilingue de seguir leyendo a obra de que él profesor ruso del Wellesley College de Nueva Inglaterra, Vladimir Nabokov, Lolita; dolores haze- de líderes (volvía a la clase)acartonados y sobreactuados. Porque la sociedad de Salvadores se vá trasformando en una mezcla demagógica de banalidad y cinismo.

La radio continuaba con su demencial spotiza de los partidos políticos y el subrayado clonificado de los candidatos van con humildad y suprema sinceridad a luchar denodadamente por el bienestar del pueblo la busca del vellocino de oro, el seguir (unos) pegados a la ubre presupuestal, y (otros) soñans0o con casitas blancas.
Procopio creía, como dogma de fé, que en esta unidad que somos cada uno de nosotros hay también varios rostros diferentes y cada uno de ellos es prácticamente un individuo, un Yo distinto. ideas del italiano Antonio Tabucchi.
Procopio siempre fue voz incómoda de la sociedad: argumentaba, discutía, analizaba, pero nunca aceptaba ninguna razón o verdad a priori. Como hombre de ideas (que no ignoraba lo expresado por Sartori), como creador del filosóficodiscurso, fue –ya falleció nuestro personaje- el resultado de dos utópicos proyectos surgidos enel siglo XVIII, que se llamaron razón y democracia; la modernidad. Sabía que hubo muchos como él que fueron a dar con sus molestas ideas a campos de concentración o manicomios, enviados por los poderosos del poder político y económico. Loco lo juzgaban -¿lo estaba?-; ¡quien está realmente cuerdo, sano de la mente?.


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