HORMIGÜELA

POR: Mónica González

20 / Octubre / 2015

Siempre estoy sola como el nopal que sucumbe en el patio. Vago entre las tres habitaciones que componen la vivienda. Cuando me canso voy a ver a mi tía, la vieja hermana de mi madre, quien es imparable, invariablemente para ella estar varada aquí es una tristeza nueva.

Me adora. Dice que traigo dicha y me nota en los ojos brillos de buen presagio. Soy su esperanza. Grande, jaranera, con redondos ojos esculpidos en leño. Su boca es una curva sangrienta, ineludiblemente tierna. Todos en el puerto le estiman. Dialogante fragorosa como el ruido que en la playa producen las olas al reventar en la arena, siempre alentándome. Largarse a una ciudad donde el mar no existe y el dinero es la perdición de todos, no tiene objeto. Eso no debe ocurrir. Ve lo que podría pasar: andar fraccionada, con el espíritu cortado en dos.

Desconozco su repentina furia. Me solazan las hormigas en su caminata cual hebra bermeja que cruza el paso hacia el fogón. Alguna vez oí decir que cuando llevan hojas encima, semejan la figura de señoritas con sombrilla. Son trabajadoras infatigables cumpliendo el quehacer habitual. Parto a mi soledad una vez más. Vivir en la ciudad resulta más atractivo que terminar estancada en este pueblo de mosquitos.

Don Rey, el vecino de enfrente, pasó setenta años habitando aquella casa descuidada. Parece que las canas cubrieran sus paredes, hay lama tapizando los portillos de la entrada y un perro desnutrido recibe la visita con tenues ladridos. Al cumplir setenta y uno las circunstancias lo desplazaron hasta el núcleo urbano. Dos meses después falleció. Indudablemente la desgracia fue relacionada con el hecho de su huida. El miedo citadino dio comienzo tras extraordinaria proeza del destino.

Mayúsculo gentío se volvió contra el éxodo. Mi tía, Juana es su nombre, volvió del viejo continente luego del término de su fatigoso y casi eterno matrimonio. Ese infortunado divorcio es ahora parte de la filosofía pueblerina. Prueba suficiente para que Juana adoptara la ideología popular. Esto de la soledad no es casualidad, no fue el destino que la trajo aquí.

Mi propia convicción es responsable. Me resulta imposible desarrollar el intelecto en este pueblucho cantinero. He rogado infinidad de veces a mi madre su permiso para viajar a la capital. Estudiar, ganar dinero, percibir distintos juicios, ampliar el horizonte pues.

Pero entonces viene Doña Juana con el cuento de que la ciudad trae mal augurio y que en el mar la vida es más sabrosa, escupiendo una sarta de estupideces derivadas de su amargura. Esa gentileza distinguida en ella desapareció impulsada por su mala fortuna. No olvides que eres mi única esperanza hija, no quiero que te ande pasando lo que a tu tía, capaz que terminas quedada, vieja, gorda y quedada.

Yo solo quiero lo mejor para ti. Tal vez tenga razón, probablemente es más seguro acá que allá afuera. Tendré que entablar vínculos con las muchachas de mi edad, podría emborracharme con ellas cada fin de semana y usar uñas postizas. Sí, resignación es lo que me hace falta. Mañana mismo tiño mis cabellos de rubio y a primera hora me presento en misa.

Ahí van las hormigas otra vez en su caminata diaria, en su ciclo rutinario e inalterable. He visto mi futuro reflejado en esa imagen.