CON PRECAUCIÓN: El dilema de toda la vida

Por Sergio Mejía Cano

21 / Abril / 2016

Si bien se dice que no es ético escribir sobre asuntos personales en una columna de opinión, en este caso lo considero necesario para la introducción de mi comentario. Resulta que en días pasados más o menos alrededor de las nueve de la noche, voy caminando por la calle Hidalgo rumbo al oriente y al pasar la calle Guadalajara, oigo tras de mí un trote acelerado de pasos, y cuál va siendo mi sorpresa al ver que se aproximan corriendo al menos una quinteta de individuos, por lo que me repliego a la pared de una de las casas esperando lo peor; sin embargo, los varones pasan de largo diciéndose entre sí que ya se iba el tren. Detrás de ellos los seguía otro hombre al parecer con dificultades para caminar, pues arrastraba su pierna derecha un poco, por lo que no corría al unísono de sus compañeros.

Al pasar a mi lado, este último corredor me dice: padre, bendícenos y que alcancemos el tren, por favor, por el tiple de su voz intuí que al parecer no era paisano, porque tenía un tono como de centroamericano. Me quedo mirándolos fijamente y observo que va avanzando lentamente un tren rumbo a la Colosio; lo que me sorprendió fue que al llegar a las vías férreas, los que iban adelantados esperaron a su compañero que tenía dificultades para correr al igual que ellos, ayudándolo a subir a una de las unidades del tren que ya se iba rumbo al norte. En eso veo que sale una señora de una de las casas de enseguida y también se les queda viendo a los muchachos que ya abordaban el tren, y al llegar junto a la señora, ésta me dice: ay, qué bueno que ya se van esos trampas, ya tenían todo el día merodeando por aquí, y a cada rato tocaban para pedir agua o comida.

Es muy común para quienes vivimos en las inmediaciones de la estación del ferrocarril, que cada vez que llega un tren, sobre todo rumbo al norte, instantes después se oigan unos golpes en la puerta y sean los llamados trampas solicitando algún tipo de ayuda, ya sea comida, agua o unas monedas.

Obviamente que de acuerdo a la crisis económica que padecemos la mayoría de los ciudadanos, pues es prácticamente imposible satisfacer a todos los pedigüeños que andan por la calle esperando que salga el tren en el que llegaron, que en ocasiones duran más de dos horas antes de reiniciar su marcha. Lo curioso es que últimamente son más centroamericanos que mexicanos quienes viajan en el tren de polizones, quienes no reparan en decir que son hondureños o salvadoreños y que van en el tren en busca de un destino mejor que el que tienen en su país.

A dos de estos muchachos que llegaron a mi domicilio a pedir agua, y que por fuerza me tocó atenderlos a mí, debido a que nadie de la familia se atrevía a preguntarles qué deseaban, a pesar de que ya se sabe que son gente de paso, les digo que ya no hay más que pura agua, porque ya les habían ganado el tirón otros de sus compañeros que se llevaron algo de comida y que ya no había por el momento nada que ofrecerles, a lo que dicen: no se ocupe padre, son amigos que al rato compartimos lo que ustedes nos hacen el favor de dar.

Les pregunto que de dónde son, y responden que de Honduras, y uno de ellos se extiende en la explicación diciéndome que si fueran guatemaltecos se hubieran quedado en Chiapas, porque a los chapines ahí les dan trabajo, pero que a los hondureños y salvadoreños no los quieren ni ver, que si los atrapan los mandan para atrás o los encarcelan para después regresarlos a su país. Y lo curioso, padre, continúa el que habla, es que también han mandado a nuestro país hasta mexicanos porque hablan parecido a nosotros. No nos quieren en Chiapas, padre, continúa diciendo el parlanchín, nomás a los guatemaltecos son a los que más protegen, y nosotros tenemos que rifárnosla a nuestras uñas. Los despido diciéndoles que tengan cuidado, que no le muevan ningún fierro al tren para que no ocasionen alguna avería.

Lo sorprendente, es que a los que corrieron a alcanzar el tren no hubo empleados de seguridad privada que les impidieran abordar el tren, pues hay vigilancia constante para impedir que los polizones se suban a los trenes; quizás porque a veces no se dan abasto para hacer sus labores, ya que por lo regular los de seguridad privada están en el crucero de la vía férrea con la calle Vicente Guerrero, pero los trampas se dan sus mañas para evitarlos, ya que está la prolongación de la calle Lerdo y precisamente la Hidalgo, que tienen camino libre hacia las vías del ferrocarril. O en su caso, esperan el tren en el puente de la Colosio.