CON PRECAUCIÓN: Mercancía de contrabando

Por Sergio Mejía Cano

04 / Mayo / 2016

Todavía hasta más o menos finales de los años 80 del siglo pasado, era común que cuando se le preguntaba a alguien en dónde había comprado una tele, un estéreo, una videocasetera o equis aparato electrónico, la respuesta fuera que lo había comprado de contrabando, con fulano que se dedicaba a la liebre, palabra usual en el argot ferroviario para designar a las personas que se encargaban de vender toda clase de chucherías, incluso hasta televisores de gran tamaño, etcétera.

Y a propósito de los ferroviarios, los empleados como porteros y sobrecargos, así como los agentes de publicaciones y todo el personal de los coches dormitorio y comedores que por cuestión de sus labores tenían que viajar hasta la frontera norte, ya fuera a Nogales, Sonora o Mexicali, Baja California, varios de ellos al estar en la línea divisoria se iban al otro lado para comprar lo que traían de encargo y otras cosas por si salían clientes a lo largo del recorrido hasta Guadalajara, Jalisco. Por cierto, aquí en Tepic había varias personas que les encargaban mercancía a los del tren y aquí, al llegar el tren a la estación iban a recogerla.

Pero lastimosamente para quienes a esto se dedicaban, llegó el día en que todo acabó, pues esas cosas que solamente entraban al país de contrabando ya podían entrar legalmente, por lo que por esto se les cayó el mercado que según cuentan algunos de ellos, les dejaba buenos dividendos; tanto así, que de momento cuando se abrió el mercado a lo que antes era ilegal introducir al país, no sabían qué hacer por no haber hecho otra cosa muchas familias durante generaciones. Ya después se dio la facilidad de que por ejemplo en los tiraderos que después fueron reubicados al Pasaje México, así como en los puestos de madera que se encontraban bajo los portales del edificio de La Bola de Oro, se podía encontrar todo tipo de mercancía que antes para adquirirlas la gente tenía que comprarlas a escondidas. Igualmente, allá en Guadalajara, en el mercado Libertad, mejor conocido como de San Juan de Dios, en el tercer piso se acondicionaron lugares para que se ofreciera todo ese tipo de mercancía antes prohibida; y tanta fama adquirió en su momento dicho mercado que el populacho le empezó a llamar Taiwán de Dios, quizás debido a que mucho de lo que ahí se vendía y se sigue vendiendo, venía procedente de ese país asiático.

Todo esto viene a colación porque me acabo de enterar que un compañero ferroviario (al que nombraré don Enrique) está muy grave en la ciudad de Guadalajara. Ya es una persona cercana a los 80 años de edad. Toda su vida trabajo primeramente para la compañía Pulman que cuando fue absorbida por Ferrocarriles Nacionales de México, cambió su razón social a decir Servicios Coches Dormitorio y Conexos. Y precisamente este compañero, para ayudarse en sus gastos económicos traía de la mercancía llamada entonces de contrabando, y entre los compas se decía que se dedicaba a la liebre. Pues bien. A mediados de los años 80, de pronto dejó de presentarse a trabajar, varios compañeros nos dimos cuenta de su ausencia porque a veces le encargábamos alguna cosa, por lo que cambiamos de surtidor; al preguntarle a otros porteros por el ausente, se nos dijo que había sufrido un accidente, así, sin entrar en más detalles.

Fue allá a principio de la década de los 90 en que al salir trabajando en el tren de pasajeros que se le decía la bala, grande fue mi sorpresa al ver en servicio a don Enrique, y después del saludo de rigor y el beneplácito de volverlo a ver, en una oportunidad en el viaje de Guadalajara a Tepic, me comentó que se las había visto negras. Comentó que cierto día llegó de viaje a la perla tapatía y que como siempre traía algunas cosas, varias de las cuales eran de encargo como 250 relojes automáticos de la marca Orient, que en ese entonces seguían en su apogeo, dijo que traía mitad para dama y mitad para varón, así como juegos de plumas finas y varios tocacintas portátiles. Que como acostumbraba, tomó un taxi a la salida de la estación, y que de pronto vio que el chofer tomó otra ruta y al preguntarle al taxista, éste le dijo que la otra calle estaba bloqueada, y al llegar a un crucero el conductor del taxi le preguntó si no venía carro de su lado. Y hasta ahí recuerda. Que duró más de una semana inconsciente, y despertó en el hospital sin poderse mover de tantos golpes que tenía en su cuerpo. Que lo habían encontrado tirado en un baldío, y según sus familiares, ya lo daban por muerto por lo mal que se miraba.