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Numinor
Ángel Agustín Almanza Aguilar
09 / Junio / 2016
Un grito maquiavélico se dejó escuchar en aquella Europa del año 1095, un mes de noviembre: El pontífice romano Urbano II (Otón de Chatillón, francés, que moriría 4 años después) convoca a una ‘Guerra Santa’, a una ‘Cruzada’ con el fin de reconquistar Jerusalén de las garras del Islam. Un personaje, Pedro el Ermitaño –que no lo era- , un monje, proclamaba a viva voz que la cristiandad sufría mucho por parte de la bestialidad de los musulmanes y los turcos, y que era necesario rescatarla de esas manos de Satanás. El reconocimiento como obispo ‘universal’ de la iglesia católica era el trofeo que le ofrecía a este papa el emperador de Oriente Alejo I Comneno, que le pedía ayuda para que los reyes de Francia, Inglaterra y Alemania se le aliaran en su batalla contra los turcos. Un pretexto, pues, del papa, eso de las cruzadas, para entronizarse más sobre los imperios europeos. Y, en el concilio de Clermont (Francia), comenzó a gestarse lo que desembocaría en un derramamiento de sangres de inocentes y destrucción de obras de ciencia y arte en poder de los musulmanes. Aquí es donde entramos de lleno en nuestro tema.
Bajo la ‘divina’ promesa del VICARIUS FILII DEI (pásense las letras a números y súmense y habrá una sorpresa) de las Indulgencias, los cruzados cometieron sin fín de barbaridades que por poco terminan con todo los que significara cultura, quemando y destruyendo libros judíos y árabes, que no se duda estuvieran las obras de Maimónides, Avicena, Rhazes, o Albucasis.
Los árabes –mis respetos a su sabiduría- llevaron una ardua labor en compilar y conservar documentos importantísimos para la cultura, siendo su máximo esplendor en la edad Media Europea. Rescataron gran parte de textos griegos y romanos, y los Califas protegieron mucho a las ciencias, el arte, la filosofía y, particularmente, la medicina. Tenían en alta estima los conocimientos de Aristóteles, Galeno, e Hipócrates, y los médicos que sobresalieron entonces fueron los que mencionamos líneas arriba, y de los que nos ocuparemos en este espacio.
Moses Ibn Maimon (1135-1204 d.C.) nació en Córdoba, hoy parte de España, y descendía de judíos, pero practicaba con mucha pasión la medicina árabe. Sus escritos contienen muchos consejos acerca de la dieta, la higiene, los primeros auxilios, etc. Tradujo al hebreo el Canon de Avicena y también escribió en árabe una colección de aforismos de Hipócrates y Galeno, así como su famoso ‘Libro de los Preceptos’. Sus obras y traducciones tuvieron una difusión por toda la Europa cristiana, por lo cual ha sido considerado como uno de los hombres de ciencia que mayor influencia ejerciera en el eventual desarrollo de la medicinan occidental: Maimónides.
Avicena (980-1037 d.C.) Sin duda el más destacado médico árabe con mayor influencia en la evolución de la medicina islámica. Se dice que a la edad de 10 años explicaba el Corán y que, a los 21 años, ya había escrito una enciclopedia (cosa que dudamos, obviamente). De su montón de obras que escribió destaca su ‘Canon’, libro de texto –por así llamarlo- en el que se basaron innumerables médicos orientales y occidentales hasta mediados del siglo XVII.
Rhazes (850-923 d.C.) Excelente docente y de proverbial generosidad. Su obra se ha perdido desgraciadamente y sólo conserva su ‘Liber Continens’, donde resume los conocimientos médicos y quirúrgicos de su tiempo. Adoptó la teoría humoral establecida por Galeno, si bien esto no le impidió describir por primera vez a la viruela y al sarampión desde otra perspectiva.
Albucasis (936-1013 d.C.) Es la figura islámica a quien se acreditan los textos más importantes de la época sobre cirugía y anatomía humana, lo que lo diferenciaba de sus contemporáneos árabes, quienes en ese entonces relegaban ambas materias a un segundo plano de interés. Su obra ‘al-Tasrif’ constituye el primer texto sistematizado e ilustrado sobre procedimientos quirúrgicos, y se mantuvo por muchos años como un recurso didáctico imprescindible para los primeros cirujanos.
Así las cosas, según la típica información de la comunidad sedentaria.