REDESCUBRIENDO: La Era del Hielo y el Fin del Mundo.

Por: José Miguel Cuevas Delgadillo

12 / Julio / 2016

El pasado 1 de julio se estrenó en México la película La Era del Hielo: Choque de Mundos. La saga ha sido muy bien creada, con una historia coherente, personajes que tienen una lógica cronológica de cambios a través del tiempo mostrada en cinco películas hasta la fecha. Más allá de las cuestiones externas de la película –que dicho sea de paso, es una de mis favoritas por las sutilezas que aborda en su trama– el tema que aborda en la dos y en la cinco es el del fin del mundo. En la dos se aborda el tema desde una perspectiva científica con una mezcla de una visión bíblica: hay un profeta que anuncia el eminente evento catastrófico que será a través de una inundación a causa del derretimiento de las grandes porciones de hielo (Calentamiento global. Algunos científicos aseguran que podría ocurrir lo mismo en tiempos actuales. Hablando de películas, véase El día después de mañana que aborda el tema). La manada tiene que desplazarse para buscar refugio, al final de su travesía encuentran un arca, una especie de tronco gigante que tiene espacio para todas los animales que la película muestra. Finalmente, se inunda el mundo y los animales en el tronco se salvan. En la cinco, el tema del fin del mundo es todavía más evidente, y muestran la teoría científica que establece el choque de un esteroide contra la tierra, y nuevamente los productores mezclan el tema con la visión religiosa. En esta ocasión, Bob, la comadreja que aparece en la tres, es quien encuentra una piedra con la profecía del fin del mundo a través del choque del esteroide. Nuevamente, mezcla de visión religiosa y científica. A continuación detallaré aspectos importantes sobre el tema del fin del mundo para que quede más claro.

La creencia en el fin del mundo se alimenta por diferentes sucesos catastróficos, en otros, por la interpretación de profecías de diferente índole. Así, los sucesos que afectan a una sociedad determinada o al mundo en su conjunto, al grado de alterar el orden social existente, ya sea a través de una guerra, una epidemia, una crisis económica y la presencia constante de la muerte provocada por los desastres naturales, por lo general, provoca un sentimiento de inquietud, una actitud pesimista ante el futuro y los temores inspirados por la incertidumbre de estar vivos durante todo el proceso de crisis –pueden o no estar convencidas sobre la posibilidad de un fin del mundo–; sin embargo, el contexto social en crisis, inevitablemente lleva a las personas que lo viven a sacar sus propias conclusiones sobre el destino próximo de la humanidad. Malcolm Bull profesor de la Universidad de Oxford, concluye que creer en un fin del mundo no es una idea fuera de lógica; textualmente afirma: No es axiomático que el mundo deba tener fines, en el sentido de un término (final extremo) y de un telos (finalidad). Pero aunque la idea de un mundo sin fin ni propósito tenga coherencia lógica, nos resulta difícil concebir una duración infinita, y el concepto de andar eternamente a la deriva repugna a nuestra imaginación moral. Por consiguiente, en la práctica la mayoría se inclina a atribuir al menos un fin al mundo. Alguien que no perciba ninguna forma en la historia del universo podrá plantear su terminación como resultado de un desplome cósmico

Ante tal situación se han generado dos corrientes fundaméntalas sobre la creencia en el fin del mundo: una secular, es decir, de corte científico, y la otra es de corte religioso –la que hemos venido estudiando, emanada del cristianismo–. Ambas sustentan sus teorías y argumentos según sus propias interpretaciones. El apocalipsis secular (se refiere a la creencia en el fin del mundo bajo acontecimientos catastróficos determinados o pronosticados por la ciencia, los sucesos pueden ser producidos por las alteraciones de la naturaleza o por la voluntad humana; la guerra nuclear, el calentamiento desmedido de la tierra, con todo lo que implica esto desde la perspectiva geológica; el desgaste de la capa de ozono, y el más común de todos el choque de meteoritos en la tierra) hizo su aparición en el siglo XVIII con los filósofos de la ilustración; pero fue en el siglo XX cuando tomó auge debido a las consecuencias en el medio ambiente surgidas a raíz de las dos guerras mundiales. La expansión de las industrias en todo el mundo y de las diferentes máquinas que contaminan el ambiente, aunado a las sustancias químicas altamente nocivas proporcionaron un fuerte argumento a favor de la creencia en el fin del mundo, basada en observaciones concretas, con el aval de la ciencia, respecto al desgaste del mundo que día a día preocupaba a los científicos. Con el paso del tiempo dichas interpretaciones llegaron a ser tan populares, que pronto se propagaron en forma masiva a todo occidente a través del cine, la música y la televisión. Malcolm Bull refiere que este apocalipsis se alimenta de los mismos escenarios de desastre mundial que emanan del apocalipsis religioso y que, además, tienen una agenda política oculta para incidir en la opinión pública sobre ciertos temas de relevancia donde se necesita tener a las masas a favor. Lo apocalíptico secular popular se alimenta de las mismas imágenes de holocausto nuclear, catástrofe ecológica, decadencia sexual y desplome social que inspiran al milenarismo religioso contemporáneo. Pero en contraste con la variedad religiosa, lo apocalíptico secular –que puede encontrarse en muchas áreas de la cultura popular, pero especialmente en la ciencia ficción, el rock y las películas– no suele querer producir una transformación personal de índole espiritual. Puede estar planeado para influir sobre la opinión pública a favor de ciertos objetivos sociales o políticos, como el desarme nuclear o la regulación ambiental...

Queda claro nuevamente que los acontecimientos que causan desastres y alteraciones a la sociedad o al medio ambiente son considerados –ya sea por científicos, en el caso del deterioro del medio ambiente o por los creyentes en el fin del mundo– como signos, señales o cualquier otro término que encaje en esta clasificación distintiva de la destrucción o fin del mundo. En el caso de los no convencidos, como ya vimos, dichos acontecimientos pueden producir inquietudes y temores que reafirman un convencimiento en la creencia de un final definitivo. Sin duda, como afirmó Malcolm Bull en la cita anterior, los desequilibrios en el medio ambiente y algunos fenómenos astronómicos que aparecen de vez en vez en los cielos, el sol y la luna –los eclipses de sol y luna serían el ejemplo más conocido– tienen sus raíces en la corriente apocalíptica de corte religioso; y el texto del Apocalipsis, que hemos venido analizando, contiene algunas predicciones de los últimos tiempos. Hasta la próxima. Terapeuta Familiar y Conferencista. Consultas Celular 311 136 89 86. redescubriendo@hotmail.com