Numinor: François Marie Arouet, el gran Voltaire

Ángel Agustín Almanza Aguilar

22 / Agosto / 2016

Palabras del filósofo expresadas al hijo de Benjamín Franklin.

De manera circunstancial aparecieron unos ‘Aforismos’ atribuidos a Voltaire, que venían en aquella revistota de ‘Siempre!’, fundada por José Pagés Llergo. Traía fecha del 26 de octubre del 2000. Un ‘Aforismo’, como bien se sabe, es una sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia o arte. Pero, los publicados, ¿lo son realmente? ¿No son acaso sólo pensamientos?

Veámoslos:

La independencia y la libertad necesitan del dinero como un caballo necesita avena para estar fuerte y poder llevarnos lejos.

La naturaleza no sólo carece de piedad

sino hasta de buen gusto

Nunca, en ninguna circunstancia, se hace

bien a Dios al hacerle daño a los hombres.

Si la naturaleza no nos hubiera hecho un

poco frívolos, seríamos aún más desgraciados de lo que somos. Gracias a que somos frívolos, la mayoría de la gente no decide ahorcarse.

El amor propio comparte muchas características con nuestro aparato genital: nos es absolutamente necesario, nos brinda el mayor de los placeres, pero siempre hay que procurar llevarlo tapado.

La duda no es un estado agradable, pero

la seguridad es un estado ridículo.

El sabio no es quien pretende saber más,

sino quien conoce mejor aquello que no puede saber.

Me parezco a los arroyos límpidos de las

altas montañas, que son claros porque no

tienen demasiada profundidad.

La Historia, para serlo de veras, hay que

escribirla siempre desde un punto de vista

filosófico.

Los buenos cocineros de los restaurantes

sin siempre envenenadores de lujo.

Los sacerdotes perderían toda su ciencia sin nuestra ingenuidad.

Shakespeare fue un bárbaro, pero su pensamiento era libre e irreverente; Calderón en cambio tenía su pensamiento encadenado por ser un curabárbaro; o sea, la peor de las especies posibles.

He traducido a Shakespeare verso a verso y puedo certificar que es pura barbarie en un noventa y cinco por ciento de ellos.

Cuando una mujer pregunta a otra mayor

que ella por sus amores pasados, no demuestra curiosidad sino crueldad.

Lo que llamamos amor no es sino el tejido

de la naturaleza bordado por la imaginación.

El optimismo es desesperante y aterrador.

Se trata de una filosofía cruel bajo un nombre consolador.

Una terrible amenaza resuena en muchos

idiomas a lo largo de la historia: ¡Piensa como yo, o muere!. Ningún filósofo verdadero puede sumarse a ella sin deshonrarse para siempre ante la humanidad.

Prefiero descubrir a Dios en los goces de

esta vida que en los castigos infernales de

la próxima.

Y es que –como él lo decía-: Estoy en desacuerdo con cada una de sus palabras, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlas. Muchos estudiosos de su vida atribuyen esta frase a uno de sus biógrafos, que de tal manera y guisa resumió la lucha que libró FRANÇOIS MARIE AROUET –su

verdadero nombre- durante toda su vida por la libertad de pasamiento.

François nació tan pequeño que la partera no garantiza su sobrevivencia aquel 21 de noviembre de 1694. Pero, aunque siempre fue sumamente delgado, viviría hasta los 84 años (30 de mayo de 1778).

Fue un escritor crítico, con el gobierno –reinaba Luis XIV-, en la época del llamado ‘Despotismo Ilustrado’, cuya divisa era Todo para el pueblo, pero sin el pueblo; época donde el soberano gobernaba arbitrariamente, abusando del poder de manera tiránica, sin ley (una ‘Dictadura Perfecta’): Fué huésped

de la Bastilla. Con su padre tuvo graves conflictos al grado de renegar de él, que lo sub valoraba como escritor, pero luego lo reconocería como tal, al llegar a fama. Fue desheredado por su progenitor, paro, un golpe de suerte le cambió la vida. Resulta que una mujer había decidido radicar en la pequeña ciudad donde vivían los AROUET.

La experiencia de la dama pronto notó el talento genial del niño François y, al morir, le heredó la suma de ¡2000 francos! Con la condición de que los invirtiera en libros, que eran bastante caros. La mujer era la famosa cortesana

NINON DE LENCLOS...Ya con la deliciosa biblioteca en sus manos, la familia le contrata un educador que resultaría muy ‘Sui Generis’, el Abate de

CROUCRIGNY, un irredento escéptico, librepensador, y casi libertino. Así pues, entre los libros de una cortesana, la compañía de un clérigo poco convencido, el afecto de su hermana y los temores de su padre y de su hermano, creció el futuro Voltaire, el enano fiero.

Recibió lecciones de los jesuitas, en el colegio de Louis-Le-Grand, los que le enseñaron el manejo de un arma importante: el manejo de argumentar. Y para ganarse la vida le dice a su padre que quiere ser escritor, a lo que éste estalla en cólera pues tenía a esa actividad como una profesión de inútiles y vagabundos.

Al comenzar a darse a conocer su literatura, ya en libros, ya en teatro, las autoridades lo censuraban, y la información corría de boca en boca de manera clandestina.

Hubo un suceso muy especial que signa su posición ante el clero, y es el del momento en que agonizaba la más famosa actriz del teatro francés, ADRIENNE LECOUVREUR, estando a su lado Voltaire, quien escuchó al sacerdote exigirle a la dama que renunciase a su arte por ser éste un vergonzoso espectáculo. La actriz se negó orgullosamente y el clérigo le negó el consuelo espiritual; fue enterrada por la policía en una fosa sin identificación. Desde aquél día –se nos cuenta- Voltaire abrigó odio, no al cristianismo, sino a la crueldad no cristiana: El hombre que declara: cree como yo, o Dios te condenará –advertía-, pronto expresará: cree como yo o te mataré.

Voltaire nunca fue ateo, si anticlerical, odiando la intolerancia, aunque fue un gran cínico. En 1774, en una de sus estancias en París, acepta un importante cargo, el nombramiento otorgado por MADAME DE POMPADOUR, la favorita de LUIS XV, para la Academia Francesa, pero era preciso y necesario que se confesara y firmara como católico, y ¡lo hizo, sin pudor alguno!

Huésped asiduo de la Bastilla, Voltaire no concordaba con JEAN-JACQUES ROUSSEAU, y sería a él –según otra versión- al que le dirigiría aquella famosa frase: Defenderé hasta la muerte Otro detalle curioso: la Pompadour, con el fin de callar los sarcasmos y acabar con los panfletos incendiarios de ese enano boquiflojo, le ofreció hasta un cargo de Cardenal, el precio de su venta, que –claro- fue rechazado. La victoria de los Enciclopedistas lo alegró en sus 84 años, pero también sabía que había llegado a su fin. Un sacerdote lo visita, para la confesión:

-¿Quién lo envió, señor cura?

-Dios en persona

-Bien, bien, veamos sus credenciales

Dictó a su secretario estas palabras antes de morir: Muero adorando a Dios, amando a mis amigos, sin odiar a mis enemigos y detestando la superstición. Se le rehusó, en París, sepultura cristiana, y fue enterrado en la abadía de Salliers, gracias a una estrategia de sus amigos: habían cargado un carruaje haciendo creer a la gente que estaba vivo, aquél que había ridiculizado al gran LEIBNIZ, personificándolo como ‘El Doctor PANGLOS’, en su libre ‘Cándido’ (1759). Cuando triunfó la Revolución Francesa, en 1791, su cuerpo fue llevado a París y hoy se encuentra en una tumba del panteón donde yacen los grandes hombres de esa nación.

¡Ah, madame CHATELET!...