Numinor: Bertrand Russell, el Agnóstico

Ángel Agustín Almanza Aguilar

24 / Agosto / 2016

Russell fue Premio Nobel de Literatura en 1950 y está catalogado como un ser poseedor de una inteligencia excepcional e inquietud ilimitada: uno de los filósofos más originales y uno de los científicos más prestigiosos de su país – prólogo a Escritos Básicos (1903-1959) recopilación de Robert E. Egner y Lester E. Dennon, Ed. Aguilar, 1969-.

Bien; Russell toca el tema, entre otros, de la religión, y ya en su prefacio nos advierte lo siguiente: un sistema inmutable de doctrinas filosóficas debo considerarlo como prueba de estancamiento intelectual.

El hombre prudente imbuido de espíritu científico no pretenderá que sus actuales creencias sean plenamente verdaderas, aunque puede consolarse con la idea de que las anteriores acaso no fuesen enteramente falsas No puedo creer en verdades sagradas. Sea lo que fuere lo que uno crea verdad, debe poder expresarlo sin ningún aparato de santificación dominical

Russell se declarara agnóstico, y se pregunta si tales son ateos. Veamos esto: Un agnóstico considera imposible saber la verdad en cuestiones tales como las de Dios y la Vida futura O, si no imposible, al menos imposible en el momento presente El ateo, como el cristiano, sostiene que podemos saber si hay o no Dios. El cristiano sostiene que podemos saber que existe; el ateo, que podemos saber que no existe.

El agnóstico suspende todo juicio, diciendo que no hay suficientes razones ni para la afirmación ni para la negación. Al mismo tiempo. El agnóstico puede sostener que la existencia de Dios, aunque no imposible, es muy improbable; puede incluso considerarla tan improbable, que no valga la pena considerarla en la práctica (Parte XV, cap. 62).

Luego viene esto: Un agnóstico opina de la Biblia no cree que sea inspiración Divina; la considera historia primitiva legendaria, y no más exactamente cierta que la relatada por Homero; opina que sus enseñanzas morales son buenas a veces, pero malas en ocasiones.

Y cita el asunto de lo narrado en el Primer Libero de Samuel, capitulo XV, versículos 2-3. (pág. 849, parte citada).

De Jesucristo afirma que Históricamente es muy dudoso que, en definitiva, Cristo haya existido, y si existió, no sabemos nada acerca de él (Ib. P. 869). Ahora, tiene lo del parto virginal de María Como una doctrina tomadas de la mitología pagana, donde tales partos no eran desusados, y tampoco dá crédito a la doctrina de la Santísima Trinidad (p.849. No acepta la existencia del Infierno, y al Pecado lo juzga como una noción inútil (p.847). Duda de la sobrevivencia a la muerte, pero estoy abierto a la convicción si aparecen pruebas adecuadas (p.851) Rechaza los dogmas del catolicismo romano-papal acepta no creer en Dios ni en la inmortalidad, y no ser cristiano (pág. 859).

De la mente y la materia expresa que, por igual, no son más que símbolos convenientes para el discurso, pero no cosas realmente existentes (sic) (p.851).

Y esa duda sobre el cuerpo físico la entiende sobre el alma. Los dogmas religiosos, y no sólo los del catolicismo, han sido instrumentos de dominio masivo de conciencias fanatizadas (pág.856). En suma: la existencia de una sobrehumana inteligencia es algo controvertido y difícil de demostrar, pues él no ha escuchado una voz procedente del cielo para obtener una trascendental revelación (p. 857). Así, sintetizado el asunto, se centra en el tema de la causa primera, y es tan acendrada su posición ideológica que llega a la conclusión de que Dios tiene que tener una causa (p. 861).

Veamos: el argumento de la Causa Primera sostiene que todo lo que vemos en este mundo tiene una causa y que al retroceder más y más en la cadena de causas se tiene que llegar a una Causa Primera y que esa Causa Primera se le dá el nombre de Dios. Pues bien, para Bertrand este argumento no tiene validez alguna (p. 861). Se basa en una pregunta: ¿Quién hizo a Dios?...

Y remata con esto: no hay razón por la cual el mundo no haya nacido sin una causa; ni, por otra parte, hay razón alguna para que no haya existido siempre. No hay razón alguna para suponer siquiera que el mundo tuviera principio. La idea de que las cosas tienen que tener un principio se debe realmente a la pobreza de nuestra imaginación. Por tanto, quizá nos sea necesario perder más el tiempo. (Ibídem).

Perder más el tiempo, así nomás.