Numinor ¿Y usted, ya caminó?

Ángel Agustín Almanza Aguilar

26 / Agosto / 2016

¡Qué inútil es estar sentado escribiendo, cuando uno no se ha levantado para vivir!

-Maciek Wismiewski-

(Periodista polaco, colaborador editorial de ‘La Jornada’)

Muchas veces sucede que al ir caminando uno va redactando textos; contemplar el mundo girar por las calles, o los parques, los panteones o las cantinas, los mercados o la escuela, es como estar leyendo un buen libro -¡fuera televisión!-.

Todo por tratar de entender la ‘realidad’ -¿cuál?-, el caminante camina su camino, su sendero, en busca de sí mismo y de los demás; los paseos de la vida.

Mucha gente camina o hace ejercicio, pero sin pensar, sin filosofar, en medio de éste maremágnum de nuevas tecnologías, cada vez más absorbentes y esclavizantes. Estamos dejando de ser dueños de nosotros mismos –si alguna vez lo fuimos-; estamos dejando que otros piensen por nosotros...

Los viejos filósofos griegos acostumbraban pensar caminando, y Jean-Jaques Rosseau llegó a decir que era incapaz de pensar y componer cuando no caminaba (pocos sabíamos que también era músico). Immanuel Kant, como parte de su disciplina intelectual, todos los días a las cinco de la tarde se daba su paseo por su natal Köningsberg; la misma ruta, la misma duración. Friedrich Nietzche dijo que escribía con los pies. Y es que, equipado de tan sólo una libreta y un lápiz en el bolsillo, escribió caminando su libro ‘El Viajero y su Sombra’ (1879).

La urbe, la ciudad atosiga: un gentío de gente caminando como autómatas, como zombies, tropezándose unos con otros, maldiciendo el día, pensando sólo en ‘chingar’ al prójimo, es lo común cotidiano, y esto causa náuseas. El flujo y reflujo de los vehículos, de la falta de respeto al peatón, son síntomas de vil deshumanización. Y todo es normal, para ese ‘gentío de gente’... Sin embargo se debe caminar por entre esa ‘sociedad urbana’, pero conviene hacerlo con el ‘cacúmen’, con el ‘magín’, alerta, lúcido, pues las escenas del momento implican un ‘Oscar’ o un premio Nobel, solo hay que grabársela bien para luego darles vida de nuevo en la redacción, en la narrativa. Muchas veces sucede... Aunque hay veces que salir da ‘cus cus’, pero... hay que salir, así estoy ahorita. ¡La pinche necesidad necesaria! ¡Ah, cómo me gustaría que el noble y macilento pueblo se sacrificara por mí y me hiciera un señor diputado... Pero los sueños, sueños son, diría aquél poeta. Sin embargo debería estar orgulloso de estar viviendo en un país del nunca jamás, donde todo marcha bien, donde hay mucho trabajo para todos, donde los niños no se cansan de reír con su pan y leche en sus bracitos, los ancianos cobijados con el calor del amor gubernamental, donde -¡Oh Dios Santo!- todo es felicidad.

¡Oiga usted! Aquí en México se debería imitar lo que hizo el iluminado Presidente Venezolano, Maduro (Nov. 2 de 2014), es decir, crear ya de plano y sin tapujos ni recovecos, un Ministerio de la Suprema Felicidad. ¡Es cierto esto, así sucedió! Se nos quitaría el atávico complejo de inferioridad que arrastramos como ‘Raza de Bronce’ ¡Imagínese el lector@ vivir en pleno Edén, en la beatífica y coruscante eternidad de la amorosa política que hoy padecemos como maldición gitana! El Presidente sería elevado a los altares –sólo que ahora se le cebó la visita del Papa... Como México no hay dos, qué más que la pura verdad, jíñor.