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NUMINOR: En los pasillos de la escuela superior de música
Por Agustín Almanza Aguilar
03 / Octubre / 2016
Para las sritas. Isela y Noemí, atentas, amables y eficientes secretarias de la esp.
Realmente el estar un buen rato en los pasillos de la escuela superior de música resulta balsámico, catártico e inspirador: jóvenes ensayando con sus guitarras, con sus flautas, coros, pasos, risas, diálogos, armonía, afinaciones de voces e instrumentos; todo un mundo que estaba perdiendo al encerrarme en el viejo claustro del garaje, sin vocación explicita de cartujo o controvertido jesuita. Sí, claro que tengo mucha música en casa, clásica, jazz, bossa-nova, rock -menos de banda y narcocorridos-, peroel contacto directo con el arte, en este caso el de la música, es epifánico, salvador, revelador.
Se me ha dicho que la palabra música viene de musa, bien, pero ¿y ésta? Todo apunta a una especial inspiración, que yo entiendo algo así como una revelación, no en el sentido teológico; de un conocimiento en cierta manera oculto, secreto, por la naturaleza misma y por la humana. El arte de hacer lo latente tangible, de, en cierta manera, materializar el espíritu, de condensar nuestro fuego creador interno; comprender un arte es acceder a la contemplación consiente del enigma trascendente, el de nuestra esencia real.
Un sentimiento muy profundo de nuestra alma, esa concretización de elevadas emociones, expresadas en armoniosos sonidos -triunfo ante el caos del protervo ruido-, es el vellocino de oro buscado. Lograr la obra, acunada en los tiempos de proyección mental, en esos momentos, por lo regular inesperados, que hay que fijar de facto, porque se esfuman y vuelan de inmediato, caprichosamente, es lo que hay que tocar en definitiva, y es solo una parte del conjunto, pero vale la pena.
El arte nos hace vivir en otra dimensión existencial, dotándonos de una conciencia más superior, y ya Beethoven lo decía, en este caso, que la música es la expresión der la más alta filosofía.
Pero se ve una cosa interesante en los llamados silencios musicales, silencios llenos de notas, como el enigmático silencio de la divinidad, llenos de voces.
En eso estaba cuando una señorita, secretaria de la mencionada escuela, con melodiosa voz me volvió a la cotidianidad carnavalesca, bajando lentamente al entorno del pasillo original, entregando me la respuesta del recado. El mensaje había llegado a su destino y la cita se concretaba. El Pegaso volvía a la fuente de Hipocrene y helios se deleitaba en el monte helicón con sus nueve compañeras, ante la sonrisa complaciente de la prudente Mnemosine, mientras el hermético caduceo volvía a vibrar argóticamente.