El Famoso Saturnino

17 / Junio / 2010

Por: Miguel Angel Casillas Barajas.- Aquella mañana fresca de verano habíamos acudido al aeropuerto de la Cd de Guadalajara a despedir a mi sobrino Carlitos (como le decimos en la familia de cariño a Carlos Vladimir) que partía de vacaciones con rumbo a los Ángeles, California, todos estábamos embebidos en darle la mas tierna de las despedidas al buen Carlitos y desearle el mejor de los viajes, entre apretones de manos y abrazos a sabiendas que era su primer vuelo en el majestuoso pájaro de acero.

Casi sin sentirlo, pasaron rápidamente los minutos hasta llegar el momento de registrar las maletas. Fue en ese preciso instante que todos gritamos al unisonó: ¡La Maleta! Y es que una de ellas se nos había olvidado en uno de los dos carros que usamos para trasladarnos al aeropuerto, y como cosa del destino, precisamente estaba en la cajuela de mí automóvil. Por lo que Carlitos sin perder tiempo, me solicitó las llaves y emprendió veloz carrera al estacionamiento para traerse esa pesada maleta de viaje.

Una vez que regresó, registró su maleta y a los pocos minutos partió rumbo a su destino vacacional. Nosotros haríamos lo propio, aprovechar la gran ciudad para irnos por ahí a comer carnes en su jugo o tortas ahogadas en algún lugar conocido y afamado de Guadalajara. Fue entonces en ese instante que me percaté de que Carlitos mi sobrino se había llevado las llaves de mi auto. ¡He ahí el problema! Me dije: ¿Que hacer en estos casos? ¿Llamo a Carlitos y le pido que me envíe las llaves? O de plano, ¿me olvido de ellas y contrato a un cerrajero para que abra el vehículo y me fabrique un repuesto nuevo? En esa disyuntiva estaba, cuando recibo un mensaje de mi sobrino en el que me informaba que estaba muy apenado y me pedía de favor, que aceptara el envío de las llaves, que no importaba la distancia, ni el gasto el las haría llegar de inmediato, una vez pisando tierra en los ángeles.

No me quedó otro remedio que aceptar las disculpas de mi sobrino y para que el se sintiera bien acepté su propuesta; aunque igual, yo le había manifestado que si por alguna razón no hubiera podido enviarlas, contrataría a un cerrajero y asunto solucionado. Pero quizá ese pequeño incidente hubiera empañado el disfrute de sus vacaciones, por eso tuve que aceptar lo que el me proponía para que se sintiera a gusto con el mismo.

Bueno como ya estaba de cierto modo solucionado el asunto de las llaves, decidimos continuar con nuestro itinerario, e irnos a dar la vuelta y luego a comer a algún lugar ya seleccionado por todos. Pero nos hacía falta mi carro para distribuirnos adecuadamente, como veníamos inicialmente. El único automóvil con el que contábamos era el de mi nuero, Robert un Saturno deportivo del año 94 de cuatro plazas y nosotros éramos seis personas, por lo que estaba cañón subirnos todos al pequeño carrito. La otra posibilidad era rentar un taxi, aunque para el recorrido que haríamos de lado a lado, nos saldría un ojo de la cara en una ciudad como Guadalajara. Total que el Robert alzó su voz y nos ofreció llevarnos a todos en su pequeño automóvil; aunque sea-recalcó- apretaditos, aceptamos de buena gana, y así riéndonos de esa odisea nos subimos todos al famoso saturnino e hicimos el recorrido de lado a lado la ciudad de Guadalajara, sin tan siquiera inmutarse nos llevaba apretados como salchichas visitando los diversos lugares de la perla tapatía a donde teníamos asuntos y compras que hacer, solo se veía asomar el montón de cabecitas como en los cuentos de la familia barrón, que provocaba la inevitable sonrisa de la gente. Al final del día, después de recuperar las llaves de mi auto, caímos exhaustos en la cama, nos esperaba otro día nuevo de intensa actividad y de más sorpresas, en esa bella ciudad tapatía.