Todos los partidos terminan siendo lo mismo

* Entre los candidatos no suele existir autocrítica: si la hubiera, muchos ya habrían ofrecido cuando menos una disculpa pública por el sentido de sus actos cuando han tenido responsabilidades en el poder, y por la fortuna económica que no pocos han amasado.

04 / Abril / 2018

Por Oscar Verdín Camacho

Todos los partidos políticos terminan siendo lo mismo, ofreciendo y repitiendo que se esforzarán por crear más empleo, que terminarán con la inseguridad, con la pobreza, o que se invertirá más en salud y educación.

Si realmente fueran distintos, hace muchos años en México no existiría esta hambre que avanza y, al mismo tiempo, esa profunda corrupción en el poder público y el encubrimiento de unos y otros, la complicidad.

Si acaso, cada quien sus preferencias, podríamos encontrar uno que otro personaje que ha hecho un esfuerzo en lo individual por causas verdaderamente necesarias, pero lo cierto es que la inmensa mayoría de los políticos viven para el lucimiento personal, brincando de un cargo a otro, de un partido a otro y, por supuesto, buscando jugosos salarios y acomodando a sus fieles en diversos puestos públicos, gozando del tráfico de influencias.

A quienes les va bien en algún partido, los que han vivido del erario público o los que con frecuencia aparecen en las boletas electorales, suelen defender a su organización política como si se tratara de un familiar cercano, pero cuando ya no tienen cabida y son desplazados, se dicen los ofendidos y sin la menor vergüenza se van a otros partidos que les dan cobijo. Y en un dos por tres todos se convierten en demócratas. En su visión, el partido que dejan era el mejor cuando formaban parte, pero ahora ya no, porque el bueno es donde ellos están.

Esa situación se repite con mayor frecuencia y el actual proceso electoral no sólo no es la excepción, sino que en Nayarit se agudiza. Que ideales ni que ocho cuartos.

¿Cómo confiar en quienes ya dejaron rastro de cambiar de partido de acuerdo a sus intereses personales?.

Entre los candidatos no suele existir autocrítica: si la hubiera, muchos ya habrían ofrecido cuando menos una disculpa pública por el sentido de sus actos cuando han tenido responsabilidades en el poder, y por la fortuna económica que no pocos han amasado.

Dentro de tres meses habremos de decidir por quién votar. Que cada quien asuma su decisión y que ello merezca respeto de los demás. Cada votante tendrá sus razones: habrá quienes crean que tales candidatos son ideales y con ellos nos irá mejor, pero también están los que votarán, en su opinión, por los menos peores. O los que de plano se abstendrán de ir a las urnas o votarán por nadie, asqueados de escuchar promesas.

Son tiempos en que los políticos están de moda y muchos ciudadanos volverán a creer en lo escuchado un día de campaña, como ha sucedido en tantas elecciones, pero pronto regresarán a su rutina porque es una generación de candidatos que no da para más y resulta imposible que cambien de un día para otro.

Así, de entrada, ni a cual irle.