Numinor: ¿Y usted cree realmente en el ígneo infierno?

Ángel Agustín Almanza Aguilar

05 / Abril / 2018

Me encuentro estudiando –y reflexionando– sobre el tema del ‘Infierno’, según los diversos cristianismos, como por ejemplo lo básico del catolicismo, luego la opinión de los ‘Testigos de Jehová’, de los ‘Mormones’, de la ‘Iglesia del Dios Universal’, la que etc., etc., etc.

Y me encuentro sumamente confundido Luego me dicen que el actual líder del Vaticano, Francisco, afirmó que el ‘Infierno’ no existe; ya antes, recordamos, su antecesor (que fue quitado del escarnio), Benedicto XVI, llegó a afirmar que el ‘Purgatorio’ tampoco existe. ¡Más confusión! (¿Será por esa ‘certeza’, infalible por supuesto, de la no existencia de ese ‘horrible lugar de eterno tormento’, que ese montón de eclesiásticos pederastas abusaron de infantes inocentes?). Así, en este ‘ínterin’, me topo con otro texto relativo a este asunto, ello en una vieja revista de allá del año 2011: ‘Revista Médica de Arte y Cultura’, en el apartado ‘Pasión, Martirio e Infierno’ –Interpretaciones del Dolor en el Pensamiento Cristiano–, de Abraham Villavicencio.

En Francia -leemos–, durante el último lustro del siglo XV (un período donde aún se escuchan los últimos ecos de la Edad Media pero en el que asimismo se recibe ya la influencia del Humanismo y del Renacimiento italianos), fue escrito un libro sobre el infierno que ‘ordenó’ y clasificó las descripciones de los escritos anteriores, sobre todo el atribuido a San Pablo; dicha obra fue ‘El Arte de Bien Vivir y de Bien Morir’ de Vérard. Este autor dedicó un capítulo al sufrimiento postrero y lo intituló ‘Tratado de las Penas del Infierno’, en el cual sistematizó y jerarquizó los rasgos definitivos del infierno. Vérard recogió una leyenda según la cual Lázaro describió a Simón el leproso los horrores del Infierno. Los orgullosos padecerían el suplicio de la rueda, pues evocaba los cambios de fortuna; los envidiosos serían sumergidos en un río de agua helada, mientras en el exterior soplaría una brisa glacial. Las almas así torturadas envidiarían a quienes se hallasen en un eterno cálido, por lo que un diablo los arrojaba a un lago de fuego o a las fauces del propio Lucifer. Los cuerpos de los iracundos serían despedazados para soldarlos más tarde sobre un yunque; los perezosos fueron descritos mordidos por serpientes, tragados por una bestia alada que los vuelve a escupir y de nuevo mordidos por las serpientes; los avaros serían inmersos en metal fundido, en tanto que los glotones comerían sus propios miembros o de animales inmundos. Por último, serpientes y sapos devorarían los genitales de quienes hubieran muerto en pecado de lujuria.

¿Cómo la ven desde allí?... Pero, ¿cuál es la raíz etimológica del término? ¿Alguna idea de lo ‘inferior’, de ‘lo que está abajo’? Simbólicamente sería lo instintivo bestial en nosotros. Pero pensar en una existencia consciente después de nuestra muerte, condenada por toda la eternidad a sufrir ‘castigos’ y tormentos inimaginables por parte de la voluntad de un dios que se autodenomina ‘Amor’, como que no encuadra en nuestra mentalidad. Y es que sería puro sadismo de un dios demente, de un ‘dios que no sería Dios’ realmente.

¿La idea-dogma del infierno no será acaso un instrumento del poder seudoreligioso –e impostor– para manipular las conciencias y mentes de los humanos? Pero, surgirá otra pregunta, ¿y la gloria celestial?

Sinceramente: ¿cree usted en el infierno?... (buena pregunta, también, para los políticos).